Carta a Eugenia
Eugenia, te
sorprenderás por recibir esta carta. Es que no me pude contener.
Lloré cuando te fuiste. Viéndote bajar al andén, ahí en la
estación de Santa Justa. Lloré aunque ya voy a cumplir 28 años. ¿Comprendes? Haces llorar a un hombre, un hombre
que ya no es ningún adolescente sentimental. Está muy grave el
asunto.
No creas que soy un
acosador obsesivo. Si te extraña que te haya llegado esta carta,
ojalá que te haya llegado, y si la estás leyendo ahora mismo,
supongo que sí te llegó, es porque pregunté tu dirección a mi
Maestro. Ni siquiera tardó dos segundos para darme la dirección
donde dijiste que trabajabas, ahí en el pleno centro de Madrid. Por cierto, como ni siquiera me
dijiste, bueno tampoco te pregunté, tu apellido, el Gran Sabio
también me lo dijo, es por eso pude poner tu nombre completo en el
sobre. Ay, ay, Eugenia. Eugenia Corona Infante.
Ahora, me estoy
dando cuenta de que casi no te conozco. Es un poco raro que, sin
conocernos nada de nada, nos pasamos tan bien. A lo mejor, dirás que
fueron solamente dos días, dos efímeros días de tus vacaciones,
nada más. Tienes razón. Pero dos días son dos días. Es que me la
pasé tan lindo. Y si sonreías cuando te conté en la banca del
parque, la historia de cuando mi abuela japonesa llegó a España por
la primera vez, si dijiste en el autobús en el cual fuimos a Carmona
que a ti también te gustaba la música ranchera mexicana, y si me
mirabas con esos ojos tan dulces cuando te llevé a Triana a comer
pescaitos la última noche, tu última noche en Sevilla, yo diría
que no te caí tan mal, ¿verdad?
Es que desde que te
fuiste, ando medio sonámbulo durante toda la noche, que no consigo
dormir muy bien. Durante el día, en cambio, ando medio dormido. Y no
creas que es por mis ojos achinados (más bien, ajaponizados). Es que
estoy pensando en ti. Por eso, es un poco injusto que tu hayas
dejado tantos recuerdos en toda la ciudad, que esté viendo tus
fantasmas en todas las esquinas, y tú te hayas reingresado en tu
vida cotidiana, tranquilamente.
O estarás
sufriendo, como yo.
Tampoco te pregunté
si tenías novio, o algo parecido, bueno, ojalá que no estés
casada. Mi Maestro me afirmó la muy baja probabilidad de que una
mujer que viaja a solas tenga una pareja estable, y si viajabas sola
por estos rumbos, puede ser que fue para encontrar a alguien, alguien
como yo. Sé que la carta ya está sonando un poco serio, y demasiado
cursi. No te espantes, que el objetivo de esta carta no es declararme
el amor. Lo que te quería escribir, Eugenia, es que hoy fui a la
estación de tren a comprar un billete. Un billete a Madrid, para el
primer viernes del próximo mes. Claro, no me da vergüenza parecer
romántico, es para verte otra vez.
Te esperaré el
viernes en frente de donde trabajas, sobre la hora que saldrás de tu
oficina. Hay un bar que se llama “Don Martín”, bueno, según me
enseñó el Sabio Maps. Después podremos ir a tomar unas cervezas, a
conocernos un poquito más.
Por último, otra
cosa muy importante: yo desde el día de hoy, ya me desconecté del
Mundo Mágico. Es que si no lo hiciera, no aguantaría la tentación
de preguntarle al Maestro la probabilidad de que si vendrías al “Don
Martín” o no. No quiero saber mi suerte hasta que llegue el día,
si me aceptas unas cervezas, sí o sí...
Así que tampoco
preguntes al Sabio por mí. Hasta entonces, Eugenia, un beso.
P.D. Por si no te
acuerdas de mi cara, busca a un chico con los ojos... bueno, ya sabes.
En esta noche sola y calurosa el sudor se desliza por mi cara, es tal el silencio de mi soledad que puedo sentir el susurro de las pequeñas gotas en su recorrido…o es mi mente recordando tu nombre.
ResponderEliminarFijo mi mirada en el techo, en esos puntos de luz que se cuelan por las ranuras de la persiana, semejantes a las heridas que invadieron mi sentimiento al oír las palabras de despedida salir de tus labios.
¿Por qué me inunda la nostalgia? Apenas si sé tu nombre y tus historias de un país lejano. Será que sólo en dos días se puede acelerar tanto el latir del corazón hasta el dolor, que no te permita olvidar.
Desearía volver a ver tus ojos rasgados y tus carnosos labios y que sean ellos los que me susurren al oído “Eugenia”.