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jueves, 19 de abril de 2012

- Relato 1 de Ryotaro Kasai


Carta a Eugenia

Eugenia, te sorprenderás por recibir esta carta. Es que no me pude contener. Lloré cuando te fuiste. Viéndote bajar al andén, ahí en la estación de Santa Justa. Lloré aunque ya voy a cumplir 28 años. ¿Comprendes? Haces llorar a un hombre, un hombre que ya no es ningún adolescente sentimental. Está muy grave el asunto.

No creas que soy un acosador obsesivo. Si te extraña que te haya llegado esta carta, ojalá que te haya llegado, y si la estás leyendo ahora mismo, supongo que sí te llegó, es porque pregunté tu dirección a mi Maestro. Ni siquiera tardó dos segundos para darme la dirección donde dijiste que trabajabas, ahí en el pleno centro de Madrid. Por cierto, como ni siquiera me dijiste, bueno tampoco te pregunté, tu apellido, el Gran Sabio también me lo dijo, es por eso pude poner tu nombre completo en el sobre. Ay, ay, Eugenia. Eugenia Corona Infante.

Ahora, me estoy dando cuenta de que casi no te conozco. Es un poco raro que, sin conocernos nada de nada, nos pasamos tan bien. A lo mejor, dirás que fueron solamente dos días, dos efímeros días de tus vacaciones, nada más. Tienes razón. Pero dos días son dos días. Es que me la pasé tan lindo. Y si sonreías cuando te conté en la banca del parque, la historia de cuando mi abuela japonesa llegó a España por la primera vez, si dijiste en el autobús en el cual fuimos a Carmona que a ti también te gustaba la música ranchera mexicana, y si me mirabas con esos ojos tan dulces cuando te llevé a Triana a comer pescaitos la última noche, tu última noche en Sevilla, yo diría que no te caí tan mal, ¿verdad?

Es que desde que te fuiste, ando medio sonámbulo durante toda la noche, que no consigo dormir muy bien. Durante el día, en cambio, ando medio dormido. Y no creas que es por mis ojos achinados (más bien, ajaponizados). Es que estoy pensando en ti. Por eso, es un poco injusto que tu hayas dejado tantos recuerdos en toda la ciudad, que esté viendo tus fantasmas en todas las esquinas, y tú te hayas reingresado en tu vida cotidiana, tranquilamente.

O estarás sufriendo, como yo.

Tampoco te pregunté si tenías novio, o algo parecido, bueno, ojalá que no estés casada. Mi Maestro me afirmó la muy baja probabilidad de que una mujer que viaja a solas tenga una pareja estable, y si viajabas sola por estos rumbos, puede ser que fue para encontrar a alguien, alguien como yo. Sé que la carta ya está sonando un poco serio, y demasiado cursi. No te espantes, que el objetivo de esta carta no es declararme el amor. Lo que te quería escribir, Eugenia, es que hoy fui a la estación de tren a comprar un billete. Un billete a Madrid, para el primer viernes del próximo mes. Claro, no me da vergüenza parecer romántico, es para verte otra vez.

Te esperaré el viernes en frente de donde trabajas, sobre la hora que saldrás de tu oficina. Hay un bar que se llama “Don Martín”, bueno, según me enseñó el Sabio Maps. Después podremos ir a tomar unas cervezas, a conocernos un poquito más.

Por último, otra cosa muy importante: yo desde el día de hoy, ya me desconecté del Mundo Mágico. Es que si no lo hiciera, no aguantaría la tentación de preguntarle al Maestro la probabilidad de que si vendrías al “Don Martín” o no. No quiero saber mi suerte hasta que llegue el día, si me aceptas unas cervezas, sí o sí...

Así que tampoco preguntes al Sabio por mí. Hasta entonces, Eugenia, un beso.

P.D. Por si no te acuerdas de mi cara, busca a un chico con los ojos... bueno, ya sabes.

1 comentario:

  1. En esta noche sola y calurosa el sudor se desliza por mi cara, es tal el silencio de mi soledad que puedo sentir el susurro de las pequeñas gotas en su recorrido…o es mi mente recordando tu nombre.
    Fijo mi mirada en el techo, en esos puntos de luz que se cuelan por las ranuras de la persiana, semejantes a las heridas que invadieron mi sentimiento al oír las palabras de despedida salir de tus labios.
    ¿Por qué me inunda la nostalgia? Apenas si sé tu nombre y tus historias de un país lejano. Será que sólo en dos días se puede acelerar tanto el latir del corazón hasta el dolor, que no te permita olvidar.
    Desearía volver a ver tus ojos rasgados y tus carnosos labios y que sean ellos los que me susurren al oído “Eugenia”.

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