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jueves, 19 de abril de 2012

- Relato 1 de María Marín Álvarez


Mi muy estimado Don Esteban García,

Acabo de verlo en la televisión y no he tenido más remedio que escribirle este mail ya que su teléfono parece estar saturado de llamadas. Es lógico, según lo que he visto. Andaba yo por casa declamando mis líneas del entremés de los Álvarez Quintero, Ganas de Reñir -una excelente obra de la que estoy segura usted es conocedor que vamos a estrenar en breve en el centro cívico de Carabanchel. Tendría usted que haberme visto: con mi batita verde de lunares y un moño bien apretado, de esos que te dejan la cara despejada, con mis manos en el cuadril…¡Vamos que si era yo la misma Martirio…!: ¡Jesús con mi madre! ¡Las cosas de las viejas, señó! Si una no riñera con su novio namás que cuando tiene motivos, ¡vaya una grasia! ¡Una grasia mohosa!”. De esta guisa andaba yo, metiéndome en la piel de Martirio cuando, de repente, lo he visto a usted en la tele. Y no se crea que no estaba concentrada, que yo siempre me meto en el papel de lleno, hasta cuando hacemos una lectura a la italiana, el trabajo de mesa, vamos, que no se yo por qué nos atrevemos a llamarlo así, porque allí en el centro cívico, cada uno se sienta por donde pilla, porque la verdad es que andamos justos de mobiliario y para escribir hay que hacer malabares en el aire, que no tenemos ni una mesa en condiciones. Pero bueno, al grano. Como le decía, andaba yo por casa, -cuando ando por casa casi siempre tengo la televisión puesta, sin volumen, porque me da compañía y a veces los personajes que salen me sirven de público y bebo yo mucho de las expresiones y los sentimientos de los protagonistas de los sucesos- y ¡ay!, con lo admiradora que soy yo de usted, me he quedado de piedra al verlo.

Claro, ¿y cómo me iba a quedar si no? Al principio, como la tele no tenía volumen, que estaba en mute, como se suele decir, solo lo veía a usted con la carita descompuesta, moviendo la boca sin parar, agitando las manos: secándose las lágrimas con una y casi pegándole al pobre reportero que le estaba intentando entrevistar con la otra. Y claro, me he puesto tan nerviosa al verlo a usted así, que de los mismos nervios no era capaz de encontrar el mando a distancia para poder salir del mute y poner el aparato a funcionar. Fíjese usted como de nerviosa estaba, que casi me mato con el cable de la plancha que tenía por allí, que aunque yo soy muy ordenada, esta mañana salí de casa corriendo y mire usted, que no me dio tiempo de recoger el salón. Pues eso, a lo que iba. Cuando por fin consigo salir del mute, la que se quedó sin palabras fue una servidora al escuchar lo que usted estaba diciendo. ¡Si es normal, es normal! ¡Si es que le han dejado la casa destrozada! La cama, esa cama tan estupenda que tiene usted, modelo Oppdal de Ikea, con esa colcha de Amaya Arzuaga modelo letter, -carta en inglés- ¡ay! esa monada de colcha, que seguro que le ha costado a usted alrededor de 86 euros…esa cama, ¡quemada completamente!, tan quemada, que ni se veían los filitos esos tan graciosos rojos y azules que tenían los sobres tradicionales de toda la vida – aunque mire, déjeme que le diga una cosa, que digo yo que con lo caro que parece ser todo en su casa, no se ha estirado mucho con el dormitorio, pero bueno, oiga, que era su dormitorio y punto y a mi quién me manda criticarlo. Y ese salón…ese salón tan moderno, con esas estanterías en las que con tanto cariño guardaba usted la vieja colección de vinilos de su padre, todos, todos y cada uno de ellos –más de la mitad, siendo vinilos únicos, de coleccionista- partidos por la mitad, su home cinema Pioner BCS 5.1, sus libros, sus fotos, sus premios, ¡madre mía los premios! Ese Goya del 99, al mejor director por “Sucedió el Parking del Barrio”, la Concha de Plata -al mejor director también claro- en el 2007 por una de mis películas favoritas: “A lo mejor me entero” y, bueno, los premios conseguidos durante toda una vida dedicada al cine; los cuadros de Botero y  Balthus, colgados a la misma altura que el primer cuadro que pintó usted con solo 5 añitos y esa reproducción del Guernica casi a tamaño natural que tenía usted en el frontal del salón…¡ese salón! ¡Ese suelo de mármol echadito a perder por los productos químicos que le han echado encima! Todo destrozado: lleno de pintura, el papel de la pared arrancado, los sofás de piel rajados, la alfombra empapada en lejía…es que no se puede uno tranquilizar, no señor. Y que le den por culo al reportero si usted casi le parte la nariz. Diga usted que sí. Además, por lo que he podido ver, eso no ha sido todo lo que le han hecho en el salón, que además le han dejado un…una…bueno…una mierda, vamos, una real y auténtica mierda en su mesa de diseño australiana. ¿Y su coche? ¡Ay, ese coche! Ese Mercedes descapotable negro, clase SL, con tan solo  dos mil kilómetros, que era nuevo y lo mimaba más usted que a cualquier mujer que pasara por su graciosa y barata cama…Ay señor Don Esteban, si es que tiene usted razón y motivos de sobra para ponerse usted así.

Pues eso, que aunque estaba yo así, tan en mis cosas: “Santitos que me pinte van a sé demonios. Esta tarde riño con é. No es que terminemos, no; es que riño esta tarde. Se me ha puesto en la cabesa reñí.” y a punto que estaba de empezar un yo afectado para meterme aún más en la piel de Martirio, me he dicho: “Al señor Don Esteban hay que decirle algo ya”. Y eso es lo que estoy haciendo. Y claro, ahora usted dirá: “Esta será una fan, que se quiere solidarizar conmigo.” Qué buen asunto ese de la empatía, ¿verdad señor Don Esteban? Que la gente se ponga en la piel de uno, así, sin conocerse de nada, que te miren a los ojos y te dediquen unas palabras amables, una mirada de complicidad, un gesto, un…un algo, señor Don Esteban. Algo. Por poco que parezca, cualquier gesto de simpatía puede cambiar el rumbo de las cosas en 160º. O 360º, que nunca me he aclarado yo con los ángulos. Pero no, señor Don Esteban, no es tan fácil eso de la solidaridad. Usted puede molestarse en mandar un sms a la Cruz Roja o a UNICEF para que manden unos centimillos a los niños que pasan hambre en otro continente, o puede donar una de las claquetas usadas en su película “Corre, que te voy siguiendo”, galardonada con el premio del jurado en Cannes 2001, pero no puede dedicar una mirada amable a la gente que tiene en frente de sus narices todos los días. Se preguntará, señor Don Esteban que quién soy yo. Pues se lo voy a decir. Yo soy la “demente malnacida” que ha entrado en su casa y ha hecho todo lo que le ha venido en gana. Yo soy la que se ha cagado en su mesa de diseño australiana por no poder cagarme en toda su nación entera. Y he de decirle, señor Don Esteban García, que no la he emprendido a golpes con la cocina, porque no me daba tiempo y porque, después de todo, me ha dado usted pena. Porque desde luego, tal y como lo he visto a usted en la tele, esta noche un caldito va a ser lo único que le haga a usted hacer entrar el cuerpo en caja.

Sí, señor Don Esteban García, yo soy la “hijadeputa” que ha entrado esta mañana, bien tempranito, cuando sabía que usted estaría ya rodando los exteriores de su nueva película en la sierra, en su bendita casa. Se preguntará usted por qué. Yo se lo digo, no se preocupe. Esta mañana, como todas las mañanas, nada más abrir los ojos, y después de haberme pasado la noche entera llorando, me di cuenta de todo el tiempo libre que tendría por delante, no solo en el día de hoy, sino durante los seis meses venideros porque usted, -usted y su directora de casting no se crea, que tampoco me he olvidado de la señora…¡ha! ¿qué señora?…de la tía esa, de Rosa Valiente, que esa no sale en la tele porque no la conocen ni en su casa, pero vamos, que ya cuando se vean podrán ustedes comparar los infortunios sufridos en sus respectivas casas,- usted, que a fin de cuentas es el director de la película y es el que manda, vamos digo yo, una vez más, no se dignó ayer ni a escucharme cuando me planté en su casa para pedirle que me hiciera una prueba. Usted que dice que para sus películas se inspira en gente como yo, “gente normal, de la calle” nunca me ha considerado adecuada para, no ya el papel protagonista de una de sus películas, es que ni para figurante. Que digo yo, que para hacer una como que compra, o como que cruza un semáforo, o como que le pide fuego a un transeúnte despistado, no es que haya que tener mucho talento. Y eso que yo lo tengo, que si me hubiera visto usted hace tan solo diez minutos: “Y creyendo que lo voy a resibí como a un Rey Mago ¡Sirba, sirba!... ¡To el aire queeches fuera te lo vas a tené que sorbe!... ¡Sirba. sirba!” es que se le hubieran caído a usted dos lagrimones, que ni las lágrimas de cristal de la lámpara de araña que tiene, bueno, que tenía usted en su estupendo salón.

Que ya son muchos años, señor Don Esteban, y es que ya no sabía lo que hacer compréndame, que ya eran muchas intentonas, muchas noches sin dormir haciendo cola para ir a los cástings de sus películas, de las obras de teatro, de los video-clips que ha dirigido usted, mucho dinero en autobuses, para desplazarme allá donde supiera que iba a estar usted rodando, para que me tuviera en cuenta, para pedirle por favor que me dedicara, si acaso, unos segundos de su tiempo. Esteban, -voy a dejar de llamarle de usted, si no le importa, porque creo que ya esa barrera de la timidez la hemos pasado hace rato- Esteban, por Dios, que una tiene su corazoncito. Que una se vino a Madrid con una ilusión, con una manica delante y otra detrás, dejando mi Cuenca natal muy clavada en mi corazón. Mi madre, mi padre, mis hermanos, que no dejaron de mandarme dinero hasta que conseguí un trabajo aquí para poder pagarme una vivienda digna y unas clases de dicción. Llegué aquí en septiembre y me quedé en casa de una prima de mi mejor amiga hasta que encontré algo que me permitió salir de aquella casa tan fea, tan triste. Y encontré trabajo de limpiadora a través de una agencia de actores. Fíjese qué ironía. La primera llamada de mi agente no fue para darme un papel protagonista, sino para darme un papel de lija, que la señora Ana Solís, la escritora, -ganadora del Goya al mejor guión adaptado en el 97, en el 99 y en el 2004 y nominada a los Oscars al mejor guión original ¡Y siendo de España! Que ya sabe usted el hambre que se pasa en Hollywood si no se tiene padrino y una buena delantera! - se estaba mudando y necesitaba mano de obra para arreglar el chalecito. Desde entonces y hasta ayer, que pedí la cuenta pensando que esta vez sí me daría usted una oportunidad,  soy limpiadora para la señora Solís. ¡Pero si me ha visto usted muchas mañanas, dale que te pego en el chalé de su vecina!, porque yo sé que me veía, y que me saludaba, muy bajito, porque aunque hoy en la tele haya usted perdido los papeles, me consta que es usted un señor muy educado.

Ay, cuando me vine a Madrid…se lo conté un día, en una de las cartas que le escribí a la que, claro, nunca contestó. ¿Se acuerda? Vivía yo por aquel entonces en la Calle del Casino -pocas bromas he tenido yo que aguantar de mi familia y amigos que me decían que la calle se tendría que llamar calle de “La Cansina” y no “del Casino” por lo cansina que era yo, por no desfallecer en mi intento de ver mi cara en un cartel en la Gran Vía. Todas las semanas le mandaba una carta. Una carta no, un paquete, un paquete con mi fotobook, todas las semanas una copia, con el dinero que vale hacerse uno de esos, usted tiene que saberlo. Pero no me importaba. Todas las semanas, allá que iba yo a correos, a la Carrera de San Francisco, un paseíto todos los lunes antes de ir a trabajar, diciéndole a mi jefa que tenía que ir a rehabilitación…ya no me acuerdo ni de qué, porque yo creo que le dije de todo a esa bendita mujer, pero ya sabe usted, los escritores, como son: ellos nada más que escribir, fumar y tomar café. Esa mujer, siempre con las gafas en la puntita de la nariz, que a mí me daba algo verla, que me daban ganas de estirar el dedo índice al máximo y arrastrarlo por su nariz hasta empujarle las gafas y pegárselas arriba del todo, que digo yo que es el sitio de las gafas. Pues eso, que iba yo cada lunes, con mi fotobook, tan bien hecho por un fotógrafo del barrio -con el que al final terminé haciendo algo más que sesiones fotográficas, aunque esa es otra historia, que también se la tengo jurada al mal nacido ese- con la frente bien alta, y llena de esperanzas, cada lunes, cada lunes durante más de cuatro años. ¿Sabe usted el dineral que me he dejado yo en sellos? ¿Y en enviar el paquete certificado? Pero claro, eso a usted no le importa. Usted no tiene cuidado con el dinero, que lo sé yo.

Yo, desnudándome en cada carta, contándole mis avances con las clases de dicción, con las clases de canto, de ballet –clásico y contemporáneo- mis miedos, mis pasiones; haciéndole ver mi admiración por usted en cada línea, en cada párrafo…Que para que usted viera que estaba informada, en cada carta, le hacía mi propia crítica de las películas que iba a ver religiosamente cada miércoles –día del espectador-, que ni las del Boyero, con esa mala leche que tiene a veces el hombre. Yo, que me he tragado todos los clásicos del cine, desde Metrópoli hasta Garganta Profunda, todos, que no me queda una película por ver en ningún video club de Madrid; que no se ya donde voy a colocar las revistas de cine, que las compraba hasta en inglés, que no es que sea mi fuerte. Yo…que era una chica de provincias, con un bachillerato aprobado por los pelos, un curso de peluquería por la CCC- que no hay cosa más absurda que peinar a distancia- y otro de administración que dejé a medias, me he transformado en una erudita del cine solo por usted. ¿Y usted qué? ¿Acaso se ha interesado alguna vez por mí? ¿Qué ha hecho usted con todas las cartas que le he escrito cada semana durante los últimos cuatro años, eh? Dígamelo, dígamelo señor Don Esteban, porque no lo entiendo.

Lo peor de todo es que me quiero enfadar con usted, le quiero odiar, pero no puedo. Fíjese que le dije a mitad de este mail que le tutearía…pero no puedo, señor Don Esteban, no puedo, porque es tal la admiración que siento por usted, es tan alto el pedestal en el que lo tengo, que no me sale. Una pobre chica como yo, aspirante a actriz, bueno, de aspirante nada, que dentro de nada estrenamos Ganas de Reñir, que será la tercera obra que protagonice en el Centro Cívico, -luego le paso las señas para que la venga a ver, no se preocupe. Yo, que he soñado con usted, que he rebuscado en su basura para encontrar detalles que me pudieran ayudar a comprenderle un poco más…es que no puedo tutearle, no puedo.

Espero que no se tome a mal lo que ha pasado en su casa. Señor Don Esteban que yo, a pesar de estar muy metida en mi papel de Martirio, no tengo ninguna gana de reñir, se lo aseguro, pero es que necesitaba ya usted una bajadica de humos y nadie parecía tener los machos suficientes para hacerlo. No le voy a decir que no estaba en mis cabales, ni que padezco de demencia, o que soy bipolar. Lo he hecho todo muy conscientemente,  con amor, pensando en lo mejor para usted y con trabajo, ¿o se cree usted que ha sido fácil subirme a su mesa de diseño australiana y…hacer lo que he hecho, así, tranquilamente? Que no, señor Don Esteban, que no, que ya me lo agradecerá usted en cuanto se le pase el disgusto. Total, las cosas materiales no importan, ¿no? ¿No era ese el mensaje de su quinta película “Si pero no”? Y para que vea que no quiero nada malo para usted, como habrá podido comprobar –aunque a lo mejor con los nervios y la sorpresa no ha reparado usted, igual que le pasaba con mis fotobooks y mis videobooks, que seguro que andaba tan liado entre galas, celebraciones, entregas de premios, rodajes, entrevistas…que no se percató usted de que el cartero, Manuel, iba cada lunes a su casa con aquellos paquetes tan especiales-, le he dejado la mesa puesta en la terraza, que con el buen tiempo que está haciendo últimamente, tiene usted que aprovechar ese patio tan lindo. Pensando en que su día de hoy sería duro, esta mañana,  mientras lo planeaba todo, me puse a cocinar. Le he dejado un taper de conejo al ajillo, un plato muy típico de la gastronomía conquense y unas truchitas fresquitas, fresquitas, para que, cuando se le pase el ofuscamiento, lo meta usted en el micro,  le dé un calorcillo y se lo coma usted con el vino ese que tanto le gusta, ese vino, del que cada día bajaba Carmina al contenedor, junto con unos álbumes de fotos, parecidos a los fotobooks que yo le enviaba a usted cada lunes, botellas y botellas. Ese vino tan bueno: Domino de PIngus 2000, que vale cada botella cerca de los 900 euros -vamos, casi igual que su cama. La botella no la he podido comprar yo, espero que me entienda. Es que bajé a la bodega para tomarme un traguito de coñac, a ver si me relajaba un poco después de la faena y encontré una botella que se llamaba…¿cómo era? Era parecido al de las colchas…Reig Martí…ah, si  Remmy Martin. Era un rey…Luis trece o algo así. Por cierto que me he llevado un par para casa, que mi padre es mucho de beber coñac. Pues eso, que bajé a la bodega, vi aquella botella, que con un nombre como el de las colchas no podía ser muy cara, que no quería yo parecer aprovechada y estaba tan buena, que cuando me vine a dar cuenta, la botella se había terminado. Y ya que me había emborrachado en su bodega, decidí que usted también tendría que hacer lo propio, así me haría a la idea de que nos habíamos emborrachado juntos mientras le preparaba la mesa y le escanciaba el vino. Pues eso, que le he servido la mesa con lo que se ha salvado de la mantelería de lino y la cubertería de plata, de la que también me he traído 6 servicios para mi casa, para cuando vengan mis padres, que vean que me va bien.

 Vamos, que lo tiene usted todo listo para descansar y reflexionar sobre las consecuencias de sus actos. ¿Cómo le iba yo a dejar sin cenar? ¿Acaso iba a tener usted el cuerpo para hacerse algo? Hombre, por Dios, que es de bien nacida ser agradecida y que yo sé que ahora que le he dicho que estoy interpretando a Martirio, y que no es mi primer papel, y que se todo lo que se puede saber de cine, seguro que algún papelillo en la próxima película cae, ¿o no, señor Don Esteban? No se sienta usted coaccionado ni nada cuando le diga que me permití la licencia de coger las llaves del chalé que tiene usted en la playa y que ya he mandado a unos amigos para que estén pendientes…por si el chalé necesita unos arreglitos, vamos, más que nada. Ah!, de postre, le he dejado un Alajú, también típico de cuenca, un pastelillo de raíces árabes que está de rechupete. También le he dejado uno de mis fotobooks, porque he visto que no conservaba usted ninguno. No, no,  se preocupe usted, ya sé que no tenía por qué hacerlo, que en persona podrá usted alabar mis encantos con más precisión, pero no pasa nada, que a mí no me importa volver a sacar una copia, que ya haré yo las cuentas de todas las copias que le debo al fotógrafo cuando empecemos a trabajar. Además, ¿y la publicidad que le va a dar a él poder poner mis fotos en su escaparate cuando se estrene nuestra primera película?

A todo esto, le digo, que no se demore mucho en enviarme el guión, que con Ganas de Reñir queremos salir de gira por los centros cívicos y hombre, aquí no hay papeles pequeños, sino actores pequeños, que ya lo sabe usted, y yo desde luego, soy una gran actriz y no les quiero hacer el feo a mis compañeros de Caravana teatro. Qué ganas tengo de que me vea usted:  Además, en esta película que está rodando ahora no creo yo que encaje,  y ya se yo que ya tiene usted los interiores grabados y en verdad, a Marisa Paredes le pega más ese papel, que está mucho más estropeada que yo y yo todavía no estoy para hacer de abuela, vamos.

Pues nada señor Don Esteban, ya me despido de usted con un cordial saludo y un abrazo, deseándole todo lo mejor para su nueva película. No dude que seguro que esta vez sí que consigo entradas para el estreno, que ya tengo el traje preparado y todo. No se preocupe, que ya si eso voy en taxi, no necesito que me mande la limusina que, como le dije antes,  no quiero parecer aprovechada. Ea, pues un saludo y que le aproveche el conejo, las truchas y el Alajú.

Siempre suya,

Rosario Calero Madrigal, -Martirio


Pd.- ¿Cree usted que tendré problemas legales con la cantante para poder usar su nombre como mi nombre artístico? Bueno, seguro que a usted se le ocurre algo…¿a que sí, señor Don Esteban?

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