Mi muy
estimado Don Esteban García,
Acabo de verlo en la televisión
y no he tenido más remedio que escribirle este mail ya que su teléfono parece
estar saturado de llamadas. Es lógico, según lo que he visto. Andaba yo por
casa declamando mis líneas del entremés de los Álvarez Quintero, Ganas de Reñir -una excelente obra de la
que estoy segura usted es conocedor que vamos a estrenar en breve en el centro cívico
de Carabanchel. Tendría usted
que haberme visto: con mi batita verde de lunares y un moño bien apretado, de
esos que te dejan la cara despejada, con mis manos en el cuadril…¡Vamos que si
era yo la misma Martirio…!: “¡Jesús con mi madre! ¡Las cosas de las viejas,
señó! Si una no riñera con su novio namás que cuando tiene motivos, ¡vaya una grasia!
¡Una grasia mohosa!”. De esta guisa andaba yo, metiéndome en la piel de Martirio cuando,
de repente, lo he visto a usted en la tele. Y no se crea que no estaba
concentrada, que yo siempre me meto en el papel de lleno, hasta cuando hacemos
una lectura a la italiana, el trabajo de mesa, vamos, que no se yo por qué nos
atrevemos a llamarlo así, porque allí en el centro cívico, cada uno se sienta
por donde pilla, porque la verdad es que andamos justos de mobiliario y para
escribir hay que hacer malabares en el aire, que no tenemos ni una mesa en
condiciones. Pero bueno, al grano. Como le decía, andaba yo por casa, -cuando
ando por casa casi siempre tengo la televisión puesta, sin volumen, porque me
da compañía y a veces los personajes que salen me sirven de público y bebo yo
mucho de las expresiones y los sentimientos de los protagonistas de los
sucesos- y ¡ay!, con lo admiradora que soy yo de usted, me he quedado de piedra
al verlo.
Claro, ¿y cómo me iba a quedar
si no? Al principio, como la tele no tenía volumen, que estaba en mute, como se
suele decir, solo lo veía a usted con la carita descompuesta, moviendo la boca
sin parar, agitando las manos: secándose las lágrimas con una y casi pegándole
al pobre reportero que le estaba intentando entrevistar con la otra. Y claro,
me he puesto tan nerviosa al verlo a usted así, que de los mismos nervios no
era capaz de encontrar el mando a distancia para poder salir del mute y poner
el aparato a funcionar. Fíjese usted como de nerviosa estaba, que casi me mato
con el cable de la plancha que tenía por allí, que aunque yo soy muy ordenada,
esta mañana salí de casa corriendo y mire usted, que no me dio tiempo de
recoger el salón. Pues eso, a lo que iba. Cuando por fin consigo salir del
mute, la que se quedó sin palabras fue una servidora al escuchar lo que usted
estaba diciendo. ¡Si es normal, es normal! ¡Si es que le han dejado la casa
destrozada! La cama, esa cama tan estupenda que tiene usted, modelo Oppdal de Ikea, con esa colcha de Amaya
Arzuaga modelo letter, -carta en
inglés- ¡ay! esa monada de colcha, que seguro que le ha costado a usted
alrededor de 86 euros…esa cama, ¡quemada completamente!, tan quemada, que ni se
veían los filitos esos tan graciosos rojos y azules que tenían los sobres
tradicionales de toda la vida – aunque mire, déjeme que le diga una cosa, que
digo yo que con lo caro que parece ser todo en su casa, no se ha estirado mucho
con el dormitorio, pero bueno, oiga, que era su dormitorio y punto y a mi quién
me manda criticarlo. Y ese salón…ese salón tan moderno, con esas estanterías en
las que con tanto cariño guardaba usted la vieja colección de vinilos de su
padre, todos, todos y cada uno de ellos –más de la mitad, siendo vinilos
únicos, de coleccionista- partidos por la mitad, su home cinema Pioner BCS 5.1, sus libros, sus fotos, sus premios,
¡madre mía los premios! Ese Goya del 99, al mejor director por “Sucedió el
Parking del Barrio”, la Concha de Plata -al mejor director también claro- en el
2007 por una de mis películas favoritas: “A lo mejor me entero” y, bueno, los
premios conseguidos durante toda una vida dedicada al cine; los cuadros de
Botero y Balthus, colgados a la misma
altura que el primer cuadro que pintó usted con solo 5 añitos y esa
reproducción del Guernica casi a tamaño natural que tenía usted en el frontal
del salón…¡ese salón! ¡Ese suelo de mármol echadito a perder por los productos
químicos que le han echado encima! Todo destrozado: lleno de pintura, el papel
de la pared arrancado, los sofás de piel rajados, la alfombra empapada en
lejía…es que no se puede uno tranquilizar, no señor. Y que le den por culo al
reportero si usted casi le parte la nariz. Diga usted que sí. Además, por lo
que he podido ver, eso no ha sido todo lo que le han hecho en el salón, que además
le han dejado un…una…bueno…una mierda, vamos, una real y auténtica mierda en su
mesa de diseño australiana. ¿Y su coche? ¡Ay, ese coche! Ese Mercedes
descapotable negro, clase SL, con tan solo
dos mil kilómetros, que era nuevo y lo mimaba más usted que a cualquier
mujer que pasara por su graciosa y barata cama…Ay señor Don Esteban, si es que
tiene usted razón y motivos de sobra para ponerse usted así.
Pues eso, que aunque estaba yo así, tan en mis
cosas: “Santitos que me pinte van a sé demonios. Esta tarde riño con é. No es que terminemos, no; es
que riño esta tarde. Se me ha puesto en la cabesa reñí.” y a punto que estaba de empezar un yo afectado
para meterme aún más en la piel de Martirio, me he dicho: “Al señor Don Esteban
hay que decirle algo ya”. Y eso es lo que estoy haciendo. Y claro, ahora usted
dirá: “Esta será una fan, que se quiere solidarizar conmigo.” Qué buen asunto
ese de la empatía, ¿verdad señor Don Esteban? Que la gente se ponga en la piel
de uno, así, sin conocerse de nada, que te miren a los ojos y te dediquen unas
palabras amables, una mirada de complicidad, un gesto, un…un algo, señor Don
Esteban. Algo. Por poco que parezca, cualquier gesto de simpatía puede cambiar
el rumbo de las cosas en 160º. O 360º, que nunca me he aclarado yo con los
ángulos. Pero no, señor Don Esteban, no es tan fácil eso de la solidaridad.
Usted puede molestarse en mandar un sms a la Cruz Roja o a UNICEF para que
manden unos centimillos a los niños que pasan hambre en otro continente, o
puede donar una de las claquetas usadas en su película “Corre, que te voy
siguiendo”, galardonada con el premio del jurado en Cannes 2001, pero no puede
dedicar una mirada amable a la gente que tiene en frente de sus narices todos
los días. Se preguntará, señor Don Esteban que quién soy yo. Pues se lo voy a
decir. Yo soy la “demente malnacida” que ha entrado en su casa y ha hecho todo
lo que le ha venido en gana. Yo soy la que se ha cagado en su mesa de diseño
australiana por no poder cagarme en toda su nación entera. Y he de decirle,
señor Don Esteban García, que no la he emprendido a golpes con la cocina,
porque no me daba tiempo y porque, después de todo, me ha dado usted pena.
Porque desde luego, tal y como lo he visto a usted en la tele, esta noche un
caldito va a ser lo único que le haga a usted hacer entrar el cuerpo en caja.
Sí, señor Don Esteban
García, yo soy la “hijadeputa” que ha entrado esta mañana, bien tempranito,
cuando sabía que usted estaría ya rodando los exteriores de su nueva película
en la sierra, en su bendita casa. Se preguntará usted por qué. Yo se lo digo,
no se preocupe. Esta mañana, como todas las mañanas, nada más abrir los ojos, y
después de haberme pasado la noche entera llorando, me di cuenta de todo el
tiempo libre que tendría por delante, no solo en el día de hoy, sino durante
los seis meses venideros porque usted, -usted y su directora de casting no se
crea, que tampoco me he olvidado de la señora…¡ha! ¿qué señora?…de la tía esa,
de Rosa Valiente, que esa no sale en la tele porque no la conocen ni en su
casa, pero vamos, que ya cuando se vean podrán ustedes comparar los infortunios
sufridos en sus respectivas casas,- usted, que a fin de cuentas es el director
de la película y es el que manda, vamos digo yo, una vez más, no se dignó ayer
ni a escucharme cuando me planté en su casa para pedirle que me hiciera una
prueba. Usted que dice que para sus películas se inspira en gente como yo,
“gente normal, de la calle” nunca me ha considerado adecuada para, no ya el
papel protagonista de una de sus películas, es que ni para figurante. Que digo
yo, que para hacer una como que compra, o como que cruza un semáforo, o como
que le pide fuego a un transeúnte despistado, no es que haya que tener mucho
talento. Y eso que yo lo tengo, que si me hubiera visto usted hace tan solo
diez minutos: “Y creyendo que lo voy a
resibí como a un Rey Mago ¡Sirba, sirba!... ¡To el aire queeches fuera
te lo vas a tené que
sorbe!... ¡Sirba. sirba!” es que se le hubieran caído a usted dos lagrimones,
que ni las lágrimas de cristal de la lámpara de araña que tiene, bueno, que
tenía usted en su estupendo salón.
Que ya son muchos años, señor Don Esteban, y es
que ya no sabía lo que hacer compréndame, que ya eran muchas intentonas, muchas
noches sin dormir haciendo cola para ir a los cástings de sus
películas, de las obras de teatro, de los video-clips que ha dirigido usted,
mucho dinero en autobuses, para desplazarme allá donde supiera que iba a estar
usted rodando, para que me tuviera en cuenta, para pedirle por favor que me
dedicara, si acaso, unos segundos de su tiempo. Esteban, -voy a dejar de
llamarle de usted, si no le importa, porque creo que ya esa barrera de la
timidez la hemos pasado hace rato- Esteban, por Dios, que una tiene su
corazoncito. Que una se vino a Madrid con una ilusión, con una manica delante y
otra detrás, dejando mi Cuenca natal muy clavada en mi corazón. Mi madre, mi
padre, mis hermanos, que no dejaron de mandarme dinero hasta que conseguí un
trabajo aquí para poder pagarme una vivienda digna y unas clases de dicción.
Llegué aquí en septiembre y me quedé en casa de una prima de mi mejor amiga
hasta que encontré algo que me permitió salir de aquella casa tan fea, tan
triste. Y encontré trabajo de limpiadora a través de una agencia de actores. Fíjese
qué ironía. La primera llamada de mi agente no fue para darme un papel
protagonista, sino para darme un papel de lija, que la señora Ana Solís, la
escritora, -ganadora del Goya al mejor guión adaptado en el 97, en el 99 y en
el 2004 y nominada a los Oscars al mejor guión original ¡Y siendo de España!
Que ya sabe usted el hambre que se pasa en Hollywood si no se tiene padrino y
una buena delantera! - se estaba mudando y necesitaba mano de obra para
arreglar el chalecito. Desde entonces y hasta ayer, que pedí la cuenta pensando
que esta vez sí me daría usted una oportunidad, soy limpiadora para la señora Solís. ¡Pero si
me ha visto usted muchas mañanas, dale que te pego en el chalé de su vecina!,
porque yo sé que me veía, y que me saludaba, muy bajito, porque aunque hoy en
la tele haya usted perdido los papeles, me consta que es usted un señor muy
educado.
Ay, cuando me vine a
Madrid…se lo conté un día, en una de las cartas que le escribí a la que, claro,
nunca contestó. ¿Se acuerda? Vivía yo por aquel entonces en la Calle del Casino
-pocas bromas he tenido yo que aguantar de mi familia y amigos que me decían
que la calle se tendría que llamar calle de “La Cansina” y no “del Casino” por
lo cansina que era yo, por no desfallecer en mi intento de ver mi cara en un
cartel en la Gran Vía. Todas las semanas le mandaba una carta. Una carta no, un
paquete, un paquete con mi fotobook, todas las semanas una copia, con el dinero
que vale hacerse uno de esos, usted tiene que saberlo. Pero no me importaba.
Todas las semanas, allá que iba yo a correos, a la Carrera de San Francisco, un
paseíto todos los lunes antes de ir a trabajar, diciéndole a mi jefa que tenía
que ir a rehabilitación…ya no me acuerdo ni de qué, porque yo creo que le dije
de todo a esa bendita mujer, pero ya sabe usted, los escritores, como son:
ellos nada más que escribir, fumar y tomar café. Esa mujer, siempre con las
gafas en la puntita de la nariz, que a mí me daba algo verla, que me daban
ganas de estirar el dedo índice al máximo y arrastrarlo por su nariz hasta
empujarle las gafas y pegárselas arriba del todo, que digo yo que es el sitio
de las gafas. Pues eso, que iba yo cada lunes, con mi fotobook, tan bien hecho
por un fotógrafo del barrio -con el que al final terminé haciendo algo más que
sesiones fotográficas, aunque esa es otra historia, que también se la tengo
jurada al mal nacido ese- con la frente bien alta, y llena de esperanzas, cada
lunes, cada lunes durante más de cuatro años. ¿Sabe usted el dineral que me he
dejado yo en sellos? ¿Y en enviar el paquete certificado? Pero claro, eso a
usted no le importa. Usted no tiene cuidado con el dinero, que lo sé yo.
Yo, desnudándome en cada
carta, contándole mis avances con las clases de dicción, con las clases de
canto, de ballet –clásico y contemporáneo- mis miedos, mis pasiones; haciéndole
ver mi admiración por usted en cada línea, en cada párrafo…Que para que usted
viera que estaba informada, en cada carta, le hacía mi propia crítica de las
películas que iba a ver religiosamente cada miércoles –día del espectador-, que
ni las del Boyero, con esa mala leche que tiene a veces el hombre. Yo, que me
he tragado todos los clásicos del cine, desde Metrópoli hasta Garganta
Profunda, todos, que no me queda una película por ver en ningún video club de
Madrid; que no se ya donde voy a colocar las revistas de cine, que las compraba
hasta en inglés, que no es que sea mi fuerte. Yo…que era una chica de
provincias, con un bachillerato aprobado por los pelos, un curso de peluquería por
la CCC- que no hay cosa más absurda que peinar a distancia- y otro de
administración que dejé a medias, me he transformado en una erudita del cine
solo por usted. ¿Y usted qué? ¿Acaso se ha interesado alguna vez por mí? ¿Qué
ha hecho usted con todas las cartas que le he escrito cada semana durante los
últimos cuatro años, eh? Dígamelo, dígamelo señor Don Esteban, porque no lo
entiendo.
Lo peor de todo es que me
quiero enfadar con usted, le quiero odiar, pero no puedo. Fíjese que le dije a
mitad de este mail que le tutearía…pero no puedo, señor Don Esteban, no puedo,
porque es tal la admiración que siento por usted, es tan alto el pedestal en el
que lo tengo, que no me sale. Una pobre chica como yo, aspirante a actriz, bueno,
de aspirante nada, que dentro de nada estrenamos Ganas de Reñir, que será la
tercera obra que protagonice en el Centro Cívico, -luego le paso las señas para
que la venga a ver, no se preocupe. Yo, que he soñado con usted, que he
rebuscado en su basura para encontrar detalles que me pudieran ayudar a
comprenderle un poco más…es que no puedo tutearle, no puedo.
Espero que no se tome a mal
lo que ha pasado en su casa. Señor Don Esteban que yo, a pesar de estar muy
metida en mi papel de Martirio, no tengo ninguna gana de reñir, se lo aseguro,
pero es que necesitaba ya usted una bajadica de humos y nadie parecía tener los
machos suficientes para hacerlo. No le voy a decir que no estaba en mis
cabales, ni que padezco de demencia, o que soy bipolar. Lo he hecho todo muy
conscientemente, con amor, pensando en
lo mejor para usted y con trabajo, ¿o se cree usted que ha sido fácil subirme a
su mesa de diseño australiana y…hacer lo que he hecho, así, tranquilamente? Que
no, señor Don Esteban, que no, que ya me lo agradecerá usted en cuanto se le
pase el disgusto. Total, las cosas materiales no importan, ¿no? ¿No era ese el
mensaje de su quinta película “Si pero no”? Y para que vea que no quiero nada
malo para usted, como habrá podido comprobar –aunque a lo mejor con los nervios
y la sorpresa no ha reparado usted, igual que le pasaba con mis fotobooks y mis
videobooks, que seguro que andaba tan liado entre galas, celebraciones,
entregas de premios, rodajes, entrevistas…que no se percató usted de que el
cartero, Manuel, iba cada lunes a su casa con aquellos paquetes tan especiales-,
le he dejado la mesa puesta en la terraza, que con el buen tiempo que está
haciendo últimamente, tiene usted que aprovechar ese patio tan lindo. Pensando
en que su día de hoy sería duro, esta mañana,
mientras lo planeaba todo, me puse a cocinar. Le he dejado un taper de
conejo al ajillo, un plato muy típico de la gastronomía conquense y unas
truchitas fresquitas, fresquitas, para que, cuando se le pase el ofuscamiento,
lo meta usted en el micro, le dé un
calorcillo y se lo coma usted con el vino ese que tanto le gusta, ese vino, del
que cada día bajaba Carmina al contenedor, junto con unos álbumes de fotos,
parecidos a los fotobooks que yo le enviaba a usted cada lunes, botellas y
botellas. Ese vino tan bueno: Domino de PIngus 2000, que vale cada botella
cerca de los 900 euros -vamos, casi igual que su cama. La botella no la he
podido comprar yo, espero que me entienda. Es que bajé a la bodega para tomarme
un traguito de coñac, a ver si me relajaba un poco después de la faena y
encontré una botella que se llamaba…¿cómo era? Era parecido al de las colchas…Reig
Martí…ah, si Remmy Martin. Era un
rey…Luis trece o algo así. Por cierto que me he llevado un par para casa, que
mi padre es mucho de beber coñac. Pues eso, que bajé a la bodega, vi aquella
botella, que con un nombre como el de las colchas no podía ser muy cara, que no
quería yo parecer aprovechada y estaba tan buena, que cuando me vine a dar
cuenta, la botella se había terminado. Y ya que me había emborrachado en su
bodega, decidí que usted también tendría que hacer lo propio, así me haría a la
idea de que nos habíamos emborrachado juntos mientras le preparaba la mesa y le
escanciaba el vino. Pues eso, que le he servido la mesa con lo que se ha salvado
de la mantelería de lino y la cubertería de plata, de la que también me he traído
6 servicios para mi casa, para cuando vengan mis padres, que vean que me va
bien.
Vamos, que lo tiene usted todo listo para
descansar y reflexionar sobre las consecuencias de sus actos. ¿Cómo le iba yo a
dejar sin cenar? ¿Acaso iba a tener usted el cuerpo para hacerse algo? Hombre,
por Dios, que es de bien nacida ser agradecida y que yo sé que ahora que le he
dicho que estoy interpretando a Martirio, y que no es mi primer papel, y que se
todo lo que se puede saber de cine, seguro que algún papelillo en la próxima
película cae, ¿o no, señor Don Esteban? No se sienta usted coaccionado ni nada
cuando le diga que me permití la licencia de coger las llaves del chalé que
tiene usted en la playa y que ya he mandado a unos amigos para que estén
pendientes…por si el chalé necesita unos arreglitos, vamos, más que nada. Ah!,
de postre, le he dejado un Alajú, también típico de cuenca, un pastelillo de
raíces árabes que está de rechupete. También le he dejado uno de mis fotobooks,
porque he visto que no conservaba usted ninguno. No, no, se preocupe usted, ya sé que no tenía por qué
hacerlo, que en persona podrá usted alabar mis encantos con más precisión, pero
no pasa nada, que a mí no me importa volver a sacar una copia, que ya haré yo
las cuentas de todas las copias que le debo al fotógrafo cuando empecemos a
trabajar. Además, ¿y la publicidad que le va a dar a él poder poner mis fotos
en su escaparate cuando se estrene nuestra primera película?
A todo esto, le digo, que no
se demore mucho en enviarme el guión, que con Ganas de Reñir queremos salir de
gira por los centros cívicos y hombre, aquí no hay papeles pequeños, sino
actores pequeños, que ya lo sabe usted, y yo desde luego, soy una gran actriz y
no les quiero hacer el feo a mis compañeros de Caravana teatro. Qué ganas tengo
de que me vea usted: Además, en esta
película que está rodando ahora no creo yo que encaje, y ya se yo que ya tiene usted los interiores
grabados y en verdad, a Marisa Paredes le pega más ese papel, que está mucho
más estropeada que yo y yo todavía no estoy para hacer de abuela, vamos.
Pues nada señor Don Esteban,
ya me despido de usted con un cordial saludo y un abrazo, deseándole todo lo
mejor para su nueva película. No dude que seguro que esta vez sí que consigo
entradas para el estreno, que ya tengo el traje preparado y todo. No se preocupe,
que ya si eso voy en taxi, no necesito que me mande la limusina que, como le
dije antes, no quiero parecer
aprovechada. Ea, pues un saludo y que le aproveche el conejo, las truchas y el
Alajú.
Siempre suya,
Rosario Calero Madrigal,
-Martirio
Pd.- ¿Cree usted que tendré
problemas legales con la cantante para poder usar su nombre como mi nombre
artístico? Bueno, seguro que a usted se le ocurre algo…¿a que sí, señor Don
Esteban?
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