radioadivinacion_manuela@jotamail.se
Hola Manuela:
Soy escorpio
de 40 años.
Quisiera
saber sobre el trabajo... aunque en realidad lo que me preocupa es el amor,
sagitario de 42.
Preparo desde
hace seis años oposiciones de Enseñanza Primaria. Lo hago por mis padres, a los
que les hace ilusión tener una hija funcionaria, porque a mí ni me gustan los niños ni la docencia. Hace dos
conseguí aprobar, pero sin plaza. Gracias a esto entré en la bolsa de
sustituciones y durante quince días trabajé en un pueblo de la sierra de
Huelva. Veinticinco niños de tres años que apenas sabían hablar, ¿cómo
entenderlos? Me sentí afortunada cuando la maestra a la que estaba sustituyendo
se dio de alta. —Un error médico
—me contó sonriendo entre lágrimas. Tras varios análisis, el bulto que le
habían detectado era de grasa.
Manuela, si
me dices que no voy a sacar plaza, dejo de estudiar. Bueno, más bien de fingir
que estudio porque, a ti, que todo lo ves en tus cartas, no puedo mentirte.
Te cuento lo
del trabajo, pues allí fue donde conocí a sagitario de 42. Detesto esos email
tan breves que a veces te mandan. Con tan poca información cómo vas a poder
orientarte.
Me gustaría
hablar contigo por teléfono pero no tengo tarjeta para poder abonar la llamada.
Hace ocho años, tuve que cerrar la Agencia de Viajes que mis padres me habían
montado y a consecuencia de esto cogí una depresión. Comprar me tranquilizaba.
Los objetos en las tiendas me llamaban, pronunciaban mi nombre. El mismo día
que la banda magnética de la tarjeta quedó inutilizada de tanto pasarla por el
datáfono, recibí una carta del banco. Les debía 6000 euros. Tiré el recibo a la
basura y le pedí a mi madre la suya. Bueno Manuela, a ti no puedo engañarte, se
la cogí sin permiso del primer cajón de la mesilla de noche. Ella es muy
antigua y no la utiliza, siempre va con dinero, no la echaría de menos y además
estaba sin firmar. Hasta que el banco le mandó a mi madre la carta acusatoria.
Primero se
creyó víctima de una estafa y su indignación se transformó en contenido
enfado al reconocer mi firma. Mis
padres me obligaron a ir al sicólogo y, para que me entretuviese, me compraron
el temario de las oposiciones. —Ya es hora que la niña ponga en práctica
sus estudios— le decía mi madre a mi padre,
entre lágrimas, intentando sonreír.
Tuve suerte,
soy vegetariana, y mi llegada al colegio coincidió con la celebración de la X
FERIA DEL IBÉRICO. La gran mesa de la sala de profesores estaba cubierta de platos repletos de
todo tipo de variantes del cerdo, exceptuando unas aceitunas y unos cuencos con
salmorejo al que también le habían añadido unos taquitos de jamón. Así que me
pasé toda la tarde bebiendo un licor de castañas casero, elaboración de la
mujer del director.
Quizás por la
lucidez que siempre me ha proporcionado el alcohol, en seguida me sentí
observada. Recuerdo su enorme sonrisa cuando nos presentaron. Me contó todo lo que debía saber
para sobrevivir en ese colegio. Que el director era un déspota, aunque en
realidad estaba totalmente dominado por su mujer; que la maestra de cuatro años
era lesbiana, el año anterior en la IX Feria del Jamón se había insinuado a la
de 5 años y desde entonces no se hablaban; que la de música era una vieja senil
que se negaba a jubilarse y que tuviera cuidado con el de Educación Física. Mientras
tanto, se estiraba la camiseta para que me fijara en sus músculos y en su color
bronceado de estar en el patio haciendo deporte con los alumnos —le apodaban
el pajarraco porque le gustaba revolotear sobre las mujeres guapas. Esto último
me lo dijo acercándose mucho y propinándome un leve toque en mi hombro. Me cogió
de sorpresa y el vaso de licor que acercaba a mi boca se derramó sobre mi
blusa.
Él,
amablemente, por si no me había quedado con el camino desde la pensión hasta el
colegio, se ofreció a acompañarme y mira que el pueblo era pequeño... pero,
Manuela, aunque yo nunca he tenido mucho sentido de la orientación, en seguida
me di cuenta que estábamos dando un rodeo. Al pasar junto a la valla del huerto
de una casa que parecía abandonada, me cogió por la cintura y debajo de las
grandes hojas de una higuera me dio un beso. Yo me dejé llevar... entonces sonó
su móvil... él se puso muy nervioso, lo apagó pero me dio tiempo a ver un
nombre de mujer parpadeando en la pantalla.
Terminé sola,
en la triste habitación de la pensión, con el sabor dulzón del licor de
castañas en mi boca.
Fueron días
de miradas, de roces, de breves encuentros ante la máquina del café... la
incorporación repentina de la profesora enferma frustró nuestra primera cita
fuera del colegio... y en nuestra despedida, el deslizó, disimuladamente en mi
mano, un trozo de papel doblado con su teléfono móvil y su dirección de correo
electrónico.
Mi madre
achaca mis ojeras al exceso de estudio. Pero tú, Manuela, que sabes leer entre
líneas, habrás sospechado que la causa son las horas que paso chateando con él.
Me cuenta que su matrimonio está roto y que permanecen juntos porque la niña es
aún muy pequeña. Que conmigo ha sido distinto y —tan distinto
que se quedó con las ganas —le contesto. El pajarraco dejó
escapar a su pajarilla. Que le dé una oportunidad pero... ¿tiene futuro esta
relación?
Cuando realices la tirada de
cartas, elijo el montón de la izquierda y mi color es el azul. No tengas prisa
en responder, escucho todos los días tu programa, así las mañanas se me hacen más
cortas.
Saludos de una escorpio de 40.
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