Vida mía:
Te escribo esta carta como contestación a tú pregunta. No
es fácil contestar con un Sí o un No, ni mucho menos, mirándote a la cara. La
pregunta me ha dejado sin habla, por lo pronto que ha llegado, por lo
inesperado y por enfrentarme con todos los fantasmas que me persiguen desde que
te conozco, ¡hace 21 años!
La verdad es que no sé qué contestarte y espero encontrar
la respuesta al final de esta carta “cobarde o reflexiva”, cómo quieras. Pero,
compréndeme… ¡necesito madurar, en los próximos 15 minutos, algo que pensaba
que se daría con naturalidad, con el tiempo! Y poder contestarte, tal y como te
he prometido esta mañana. Lo que sí te pido es que, ¡no hagas trampa y busques
ahora el último renglón, para conocer de inmediato –impulsado por tu
característica impaciencia- mi respuesta! Dame al menos la oportunidad de
explicarme.
¡Lo sabía! No has sabido esperar. Pues en estos momentos
ya sabes más que yo, porque aún no he llegado a ninguna conclusión… ¡acabo de
empezar! Así que puede ser que estés con mucho odio hacia mí o que tengas
grandes ganas de abrazarme. ¡No sé!
Bueno... ¡Te quiero! Eso es obvio y evidente. Pero no sé
si he hecho lo que debía. Siempre he pensado que al nacer un niño, debería
–tras salir toda la placenta- salir de la matriz, un libro de instrucciones,
envuelto en un plástico transparente. Tal como vienen acompañado en cualquier
electrodoméstico que compremos en unos grandes almacenes. Si uno nunca ha
criado y educado a un niño, ¿cómo hacerlo la primera vez? Hay cursos preparto,
cursos de cien técnicas de relajación y ejercicios de guardar la línea. Pero
nadie te enseña a ser padre. Es como si te dieran un coche y te dijeran:
“¡Hala, venga a conducir!” Sin jamás haberse sentado delante del volante antes.
Es inconcebible y sería un desastre con consecuencias terribles y funestas.
¡Pues igual, lo de ser padre!
Claro que lo único que tenemos como referencia es cómo
nos criaron los nuestros y cómo fuimos nosotros de pequeños. Y caemos en el
inevitable error de repetir patrones, idealizar momentos y personas… Queriendo
huir de una determinada actitud, acabas chocándote de frente con ella.
“No proyectes tus miedos, ni deseos frustrados en tus
hijos.” Ya lo sé, pero… ¡si es que no lo he podido evitar!
¿Por qué te gusta tanto jugar al fútbol? Porque desde los
seis a los diecisiete, yo mismo entrenaba tres veces por semana y cada finde
tenía un partido. Me hubiera encantado ser jugador profesional, pero me rajé y
lo abandoné para estudiar algo seguro como la carrera de derecho. Así que a
través de ti iba a lograr lo que nunca fui capaz de conseguir yo mismo.
¿Por qué tocas la batería en un grupo de rock? Porque yo
te lo metí con calzador, llevándote al conservatorio desde que tenías siete
años, regalándote el tambor con el que a los nueve entraste a formar parte de la
Banda de las Tres Caídas, e insonorizando el garaje para que ensayes con tu
flamante batería “Keiper”, importada
de Estados Unidos, con la que fundaste “Sin Habla”, a los dieciséis.
Eres como eres, por culpa mía. Y no puedo decir: “gracias
a mí”. Te moldeé a mi deseo y antojo, tal como sería el hijo que siempre desee,
sin dejarte ser lo que tú eras. Sin dejar que tú marcaras tú propio camino.
Ahora no puedo culparte de nada.
Y hoy me preguntas que, ¿qué me parece que te vayas a
casar con tú novia?
Conozco a Sara desde hace tres años y me encanta ella,
pero siempre pensaba que sólo era una amiga. Ha estado en casa miles de veces y
la he cobijado y aceptado como una hija más. Pero jamás hubiera pensado que
hubiera algo más que una gran amistad.
Ella comparte contigo tú gran afición por los deportes de
riesgo. Otra cosa que heredaste de mis genes. Enfrentándote mil veces a tú
madre, que sufre cada salida que hacéis para disfrutar del puenting, el paracaidismo, el rafting o los descensos por todos
cauces de Andalucía. ¡Qué envidia sana me dais cada vez que salís!
Pero hoy, me has enfrentado a todos mis fantasmas y
miedos, tirándome a la cara de golpe, todo aquello que llevaba años evitando
ver. ¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué no compartiste nunca los
rincones más íntimos de tú ser? La respuesta está clara. Porque nunca te he
dejado hablar. Porque nunca te he brindado la ocasión de abrirme tú corazón.
Porque siempre he evitado ver lo evidente, engañándome con mil escusas.
No debería tener nada malo que quieras unirte formalmente
a tú novia, a pesar de tú joven edad. Pero, ¡no es eso! Sara tiene veintinueve.
Pero, ¡tampoco es eso! Si es que sólo hay un problema y ¡sé que lo tengo yo! Me
culpo de no haberte dejado ser tal y como ibas a ser. Te forcé y obligué a ser
el hijo que siempre quise tener, y ahora me encuentro con esto… que no sé si ha
sido la naturaleza o mi intervención en tú natural desarrollo.
De todos modos, este es mí infierno y mí problema, ¡lo
sé! Y a partir de ahora, te aseguro que no volveré a forzarte a hacer nada que
tú no quieras. Te pido mil perdones desde lo más profundo de mi ser y sólo
puedo decirte que… ¡adelante, Patricia!
¡Os deseo que seáis muy felices y sabed que siempre
tendréis vuestro hogar en mi casa! Te quiero, niña mía.
Mariano, tú papá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario