<Sin
asunto>
24-12-11 17:40
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Para: <undisclosed identity>
Despiértame antes de partir, Raquel,
¡despiértame…!
Recibí tu tarjeta -tu postal…- que decía:
“me entusiasmo y me caso sin que te despiertes […]”, al saludo vespertino del
toc toc toc simulado de cuando te cepillas los dientes sentada en el bidé, en
tu preludio taconeo de marcha. “No es asunto de amor sino de matrimonio…”
pusiste como firmando una cláusula entre nosotros al margen de los miércoles,
estipulados en la letra chica del etiquetado de las sábanas y la prolijidad de
su limpieza. Supe de algún modo que no habías dejado del todo la casa cuando
marchaste sin decir nada que no fuese de papel…
¿Por qué no me despiertas aún?
En realidad te escribo porque supe la
noticia de antemano como era de esperar y se me nombró padrino por la voz de tu
casi marido –como era de esperar-. Aunque seguro que eso también lo sabrías,
sucedió de pronto entre tu partida y el melodrama de despertador que me tienes
programado en el móvil, entre el comienzo toc toc de la aspiradora contra los
muebles y su extensión humana, él llegó pronto, casi podría jurar que
cruzasteis las miradas en la escalera u os disteis el paso cortésmente a la
entrada del ascensor, ambos escondiendo sus culpas y vergüenzas del otro. Yo
seguía dormido mientras la aspiradora martillaba las sienes y él me contaba sus
planes de boda, de dónde sería el viaje de novios, la comida del banquete, bla,
bla, bla y demás fruslerías, siempre tembloroso, con esa ansiedad de novio
primerizo, desde el absurdo saludo de mano, automático y frío como el sonido
ahora centrifugado de la lavadora que me revolvía el estómago al escucharlo
mientras me cepillaba los dientes –por error-, con tu cepillo de los miércoles.
Y así siguió contándome cosas que ya sabía, bla, bla, bla, con los ojos
vidriosos mientras el servicio seguía las instrucciones dejadas por los
fabricantes y tú en el baño, en ocasiones en los cojines, en otras prendidas
del frigorífico con tu caligrafía entusiasta incapaz de melodrama y
despertador. Para cuando el servicio se marchaba él ya había preguntado sobre
mi experiencia en los pasados divorcios y de si yo podría decirle si hacía lo
correcto y yo sólo podía pensar que sí, que debía sacar la ropa de la secadora
antes de que me reventara los sesos, que con un poco de suerte nos alejaría
esta nueva familiaridad proferida por los contratos y, que una simple firma
terminaría el nuestro con las sábanas y tu obsesión con la limpieza; tan pronto
se fue el servicio y el traqueteo de la cafetera cesó, sentados en la sala en
silencio nos bebimos las miradas de un sorbo, las tasas a la mesa casi en un
golpe toc, toc… y yo presionando las sienes y el puente nasal a punto de
decirlo todo de disparar a bocajarro “bla, bla, ella y yo, bla, bla, dos años,
bla, bla, bla” en el pecho y acabar con todo, decirle que los dejaría en paz,
que era culpa mía que tú sólo habías puesto un orden a mi vida y su falta de
lejía perfumada, y yo casi explotaba! “Lo sé todo…” –dijo- “cada minucia…” –y
contuvo las lágrimas- “entenderás que el problema nos trasciende” –tembloroso,
prosiguió, y mencionó a tu suegra y de cómo se sentiría al saberlo todo,
intenté pronunciar un sonido sordo, parecido a un ronquido que me atragantaba,
lo cortó de cuajo…- “la culpa es de todos, no sólo tuya, no sólo de ella,
aunque principalmente suya…” –se lo habías contado todo, en un arrebato de
pasión o de pánico, o por falta de sábanas limpias ¿todo Raquel? ¿no puedes
despertarme por las mañanas y se lo cuentas todo porque encontraste sus zapatos
sucios o se te acabaron los post-it’s?
-has de tener razón Raquel, si despertara en la tina, limpio, recién cepillado,
níveo por el remojo de una noche en jabón y sales marinas, entonces me
despertarías…- subía la temperatura a pesar del escalofrío que nos unía ahora,
quizá por impotencia, por ego, en el fondo quizá porque fuera culpa tuya
después de todo; programado –como todo en tu vida- el aire acondicionado empezó
a funcionar y se me abalanzó, no sentía los golpes, quizá los presentía por el
sonido seco dentro de la cabeza, de algún modo lo dominé tomé entonces uno de
tus cojines y, en el forcejeo, sólo escuché el aire acondicionado golpeándome
el rostro mientras se iba, y se fue pronto… antes de que el aire pensara que todo estaba bien…
¿Por qué no me despertaste siquiera hoy…?
Bueno, ten razón Raquel, como él la tuvo;
porque “entenderás que el problema nos trasciende” yo podría vivir con esto en
mi mente –sé que tu también…- pero mi madre, tu suegra, no podría; así, que si te
apetece, sólo si esa necesidad tan tuya de la pulcritud, por pasión o por
pánico, te trae a casa: inténtalo, despiértame antes de partir, que estaré en
la tina esperándote, desamodorra ese edredón destapado, toc, toc, toc sin
prisa, olvida el rojo del agua que es sólo sal de vida, nada más no olvides si
no vas a ocuparte tú: deja la llave bajo el felpudo y la ventana abierta, que
limpian el miércoles y no vaya a ser que el aroma a muerto intimide.
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