Alguno de vosotros (no muy ducho, por lo que se ve) entró en nuestro blog por blogger y lo ha asociado a su cuenta que es marcantmafe@gmail.com

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jueves, 19 de abril de 2012

-Relato 1 de Diego A. Mejía A.


<Sin asunto>                                                             24-12-11 17:40              - Menos información
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Despiértame antes de partir, Raquel, ¡despiértame…!

Recibí tu tarjeta -tu postal…- que decía: “me entusiasmo y me caso sin que te despiertes […]”, al saludo vespertino del toc toc toc simulado de cuando te cepillas los dientes sentada en el bidé, en tu preludio taconeo de marcha. “No es asunto de amor sino de matrimonio…” pusiste como firmando una cláusula entre nosotros al margen de los miércoles, estipulados en la letra chica del etiquetado de las sábanas y la prolijidad de su limpieza. Supe de algún modo que no habías dejado del todo la casa cuando marchaste sin decir nada que no fuese de papel…

¿Por qué no me despiertas aún?

En realidad te escribo porque supe la noticia de antemano como era de esperar y se me nombró padrino por la voz de tu casi marido –como era de esperar-. Aunque seguro que eso también lo sabrías, sucedió de pronto entre tu partida y el melodrama de despertador que me tienes programado en el móvil, entre el comienzo toc toc de la aspiradora contra los muebles y su extensión humana, él llegó pronto, casi podría jurar que cruzasteis las miradas en la escalera u os disteis el paso cortésmente a la entrada del ascensor, ambos escondiendo sus culpas y vergüenzas del otro. Yo seguía dormido mientras la aspiradora martillaba las sienes y él me contaba sus planes de boda, de dónde sería el viaje de novios, la comida del banquete, bla, bla, bla y demás fruslerías, siempre tembloroso, con esa ansiedad de novio primerizo, desde el absurdo saludo de mano, automático y frío como el sonido ahora centrifugado de la lavadora que me revolvía el estómago al escucharlo mientras me cepillaba los dientes –por error-, con tu cepillo de los miércoles. Y así siguió contándome cosas que ya sabía, bla, bla, bla, con los ojos vidriosos mientras el servicio seguía las instrucciones dejadas por los fabricantes y tú en el baño, en ocasiones en los cojines, en otras prendidas del frigorífico con tu caligrafía entusiasta incapaz de melodrama y despertador. Para cuando el servicio se marchaba él ya había preguntado sobre mi experiencia en los pasados divorcios y de si yo podría decirle si hacía lo correcto y yo sólo podía pensar que sí, que debía sacar la ropa de la secadora antes de que me reventara los sesos, que con un poco de suerte nos alejaría esta nueva familiaridad proferida por los contratos y, que una simple firma terminaría el nuestro con las sábanas y tu obsesión con la limpieza; tan pronto se fue el servicio y el traqueteo de la cafetera cesó, sentados en la sala en silencio nos bebimos las miradas de un sorbo, las tasas a la mesa casi en un golpe toc, toc… y yo presionando las sienes y el puente nasal a punto de decirlo todo de disparar a bocajarro “bla, bla, ella y yo, bla, bla, dos años, bla, bla, bla” en el pecho y acabar con todo, decirle que los dejaría en paz, que era culpa mía que tú sólo habías puesto un orden a mi vida y su falta de lejía perfumada, y yo casi explotaba! “Lo sé todo…” –dijo- “cada minucia…” –y contuvo las lágrimas- “entenderás que el problema nos trasciende” –tembloroso, prosiguió, y mencionó a tu suegra y de cómo se sentiría al saberlo todo, intenté pronunciar un sonido sordo, parecido a un ronquido que me atragantaba, lo cortó de cuajo…- “la culpa es de todos, no sólo tuya, no sólo de ella, aunque principalmente suya…” –se lo habías contado todo, en un arrebato de pasión o de pánico, o por falta de sábanas limpias ¿todo Raquel? ¿no puedes despertarme por las mañanas y se lo cuentas todo porque encontraste sus zapatos sucios o se te acabaron los post-it’s? -has de tener razón Raquel, si despertara en la tina, limpio, recién cepillado, níveo por el remojo de una noche en jabón y sales marinas, entonces me despertarías…- subía la temperatura a pesar del escalofrío que nos unía ahora, quizá por impotencia, por ego, en el fondo quizá porque fuera culpa tuya después de todo; programado –como todo en tu vida- el aire acondicionado empezó a funcionar y se me abalanzó, no sentía los golpes, quizá los presentía por el sonido seco dentro de la cabeza, de algún modo lo dominé tomé entonces uno de tus cojines y, en el forcejeo, sólo escuché el aire acondicionado golpeándome el rostro mientras se iba, y se fue pronto… antes de que el aire pensara que todo estaba bien…

¿Por qué no me despertaste siquiera hoy…?

Bueno, ten razón Raquel, como él la tuvo; porque “entenderás que el problema nos trasciende” yo podría vivir con esto en mi mente –sé que tu también…- pero mi madre, tu suegra, no podría; así, que si te apetece, sólo si esa necesidad tan tuya de la pulcritud, por pasión o por pánico, te trae a casa: inténtalo, despiértame antes de partir, que estaré en la tina esperándote, desamodorra ese edredón destapado, toc, toc, toc sin prisa, olvida el rojo del agua que es sólo sal de vida, nada más no olvides si no vas a ocuparte tú: deja la llave bajo el felpudo y la ventana abierta, que limpian el miércoles y no vaya a ser que el aroma a muerto intimide.

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