Alguno de vosotros (no muy ducho, por lo que se ve) entró en nuestro blog por blogger y lo ha asociado a su cuenta que es marcantmafe@gmail.com

Ahora mismo hay que meter como nombre de la cuenta ese correo y como clave la misma que os di en clase.

jueves, 19 de abril de 2012

- Relato 1 de Carla G. Mairena


         Mujer,


En una carta es más fácil. Tengo tiempo para escribir exactamente lo que quiero y lo que siento, sin temor a que me malinterpretes. Ah, los malos intérpretes y las cuestiones de amor.  Que cometí un error, mujer, pero que eso no significa que no te quiera. No es menos amor el que se rompe, es más amor el que lo intenta de nuevo.
¿Servirá de algo que te escriba pidiéndote perdón? No lo sé. No lo creo. Ha sido una recomendación. Por aquí a uno ya le conocen, ya saben que soy más que parco en palabras, frente a frente. Y por una u otra razón, cuando las suelto discutimos. Es por falta de entrenamiento. Me estoy acordando ahora de esa horrible disputa que duró tres semanas. Cosas volando de un lado a otro de la habitación, maletas que se hacían y se deshacían; noches frías, tú en la derecha de la cama y yo en el borde que sobraba. Al final, tú necesitabas escuchar esas dos palabras como aire en los pulmones. En cambio, yo no; yo ya sabía que tú me querías. Pero tú –y temo pensar que al referirme a ti lo haga en realidad a todas las tuyas, las del género femenino– eres de palabras vanas. Podría haberte mentido, ¿te das cuenta? La mayoría de las veces, nuestras emociones no se pueden describir con un par de palabras.
Pero sé que necesitas que te pida perdón, así, en un papel, para que cada vez que lo leas puedas regodearte de satisfacción. Porque sabes que no voy a volver a tomarme la molestia, que yo así no arreglo las cosas –donde esté un Chardonnay, dos copas y una tórrida sesión de sexo exacerbada por el espumoso, qué te voy a contar que no sepas–. Te conozco, mujer, tendrás una astilla clavada en ese corazón que se hace el duro y dolerá como mil demonios. Porque sí, porque vosotros sois así, trágicas y tercas aunque os tildéis de emocionalmente modernas. Esto es culpa de la tradición cultural que venís arrastrando desde Romeo y Julieta, y Tristán e Isolda, y quizás más recientemente Crepúsculo –cuánto daño han hecho los vampiros sin necesidad de sangre; los quemaría todos en una pira. A los actores también–. Te quiero decir con esto, que te pueden rallar el coche, que puedes perder la cartera con cien euros dentro y que alguna de tus amigas te puede dejar tirada antes de un viaje a la sierra, que cualquier de esto no te dolerá nunca tanto como una ofensa mía. En los buenos momentos, me consideras un padre salvador que todo lo puede, desde elegir por ti un vestido bonito para una cena a llevar a ese monstruo que tienes por hermana al dentista, que como tiene quince años y no le gusta ir sola, ¡para eso estamos! ¡Para que tú te vayas de compras mientras uno, al que das por hecho que nada tiene que hacer, haga de canguro de una adolescente insufrible! Y aquí luego lo que importa es que te diga que te quiero como mínimo una vez al día. Porque aguantar los lloros de tu hermana después de que sale de la consulta con la boca ensangrentada no es amor, no. Es el Infierno.
Pero ya sabes, que tú, de cuando algo te molesta, no dices nada. Tú tragas y engordas; luego explotas y todo se va de madre. Empiezas a hablar del tiempo, que si va a llover, y me miras como si yo fuera Zeus y estuviera en contra de que tú vayas en sandalias; cualquier tontería, cualquier tontería. Cualquier tontería que ni siquiera te molesta realmente, y al final, entre líneas, veo siempre el retorcido y auténtico motivo de tus delirios. Alguno que normalmente está relacionado con mi déficit de atención o con mi parquedad, ya antes mencionada y conocida desde que teníamos seis o siete años. Luego cumples veinticinco y me sigues preguntando ‘¿es que no tienes nada más que decir?’. No sé si yo sufro déficit de atención, de verdad, o es que me estás volviendo loco con tu déficit de memoria.
Pero pienso que, a estas alturas, de lo mío, de lo tuyo, de lo nuestro en último término, no hay perdón que valga. Ni en forma de carta ni en nada. A otras mujeres es fácil comprarlas; a veces basta con un ramo de rosas –rojas y por docenas, ya que si son menos se preguntan si ese es el precio que vale su amor o bien cuán avaro es él– o incluso un beso robado, de los que primero rehúyen como monjas a la tentación del pecado y después fingen estar ofendidas por las formas poco caballerosas. Pero no tú, qué va, no eres tú de ésas. A ti no te bastan los detalles de las comedias románticas, no te va lo sencillo ni lo rápido ni lo barato –de perdonar, no de comprar–. Prefieres lo eterno, que equivale a las palabras que tanto te gusta escuchar. Las flores se marchitan, y el beso es efímero, pero supongo que te gusta oír lo que te digo porque lo atesoras bien ahí dentro. Por eso me gustas. Complicas mi mundo, mujer, y jamás me había gustado tanto complicarme la vida así como así. Lo que pasa que, entre nosotros, siempre es más sencillo.
Todo lo que yo soy ahora, el camino que he recorrido hasta aquí, es por ti. Te miro, porque me gusta mirarte. Casi todo el tiempo que estamos en la misma habitación lo hago. Tú piensas que me llama la atención algo, quizás tu ropa o tu peinado; yo pienso que eres lo más bonito que he visto nunca. Por eso te miro. Y entonces todo desaparece, ya no hay nada más que tú en mi mente. Ni recuerdo ya el origen de esta carta. Tenía algo que ver con el perdón, con lo mío, con lo tuyo, con lo nuestro. No lo sé, mujer, ya no me acuerdo.
Solo sé que te echo de menos. Que sentada cerca te siento lejos. Cuando no me sonríes, de lado a lado y haciendo hoyuelos en las mejillas, no eres tú, y yo ya no soy tan yo, sino un poco más tú. Así que, como pensé que sería una buena manera de que sepas que te sigo queriendo, error tras error, porque sí, te quiero, mujer, a pesar de que pongas en duda mis sentimientos como si tú supieras lo que yo siento, como si tú estuvieras dentro de mí. Quizás cuando leas esto lo estés un poco, un poco más de lo que ya lo estás. Si eso es posible.
Que lo siento. Otra vez. Tengo una botella de Chardonnay en el congelador, por si esta noche quieres hacer las paces. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario