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domingo, 22 de abril de 2012

-Relato 1 de Daniel Morales Muñoz

Despistes

Hola Rober

Llevo años queriendo escribirte, pero hasta ahora, un lunes cualquiera a las 3 de la mañana, junto al 2º tazón de tila doble y un paquete de cigarrillos medio vacío, no tenía muy claro qué decirte.

No obstante, lo que tengo en mi cabeza, no es más que una masa informe de ideas, recuerdos y sentimientos, que me satura cada neurona sombría de mi masa gris. En esta carta, estoy tratando de poner semejante maraña en orden, pero ni siquiera sé por dónde empezar, porque esa masa informe es un todo continuo, sin principio, ni fin, que va arraigando, creciendo, invadiendo… cada día más, cada noche más, sin descanso.

Pero vamos por partes, Rober. Desde luego que fue una gran putada, quedarme tirado en aquél aeropuerto de París Beauvais, un 23 de diciembre, a seis bajo cero (recuerdo aquel termómetro, con publicidad de cigarrillos, frente a la parada del autobús). Pasé la noche buena y la navidad entre autobuses, trenes y estaciones, arrastrando una maleta de 30 kilos, comiendo comida basura y maldiciéndote. Pero lo que más me dolió de todo aquello, fue desbaratarle a mi madre toda la ilusión que había puesto para la cena de Nochebuena. Cuando llegué a casa, me pegué 25 horas seguidas durmiendo … ay, quien las pillase ahora. 

Te lo juro, las peores navidades de mi vida. Y todo eso porque te quedaste dormido tras una noche de juerga. La verdad, espero que al menos valiese la pena.

Pero tranquilo, no te he escrito para volver a reprocharte; solo que necesitaba ir exponiendo los hechos, poco a poco, supongo que es deformación profesional, pero me sirve también para ir aclarándome a mí mismo. 

Ahora trabajo en un pequeño despacho de derecho mercantil, es algo bastante mediocre para las aspiraciones de aquellos tiempos, pero cómodo, cerca de mi casa, y no demasiado mal pagado. 

El caso es que el otro día me dejé abierta la puerta de la oficina durante toda la noche, y robaron todos los ordenadores, además de hacer un destrozo considerable. No me han echado, pero me van a recortar el sueldo hasta que se cubran los gastos del robo; así que no sé qué decirte, si mi jefe es un hijo de puta o si es demasiado benévolo. Y menos mal que se guardaba en el servidor una copia de seguridad de toda la información de los ordenadores, si no, supongo que como mínimo me habría enterrado vivo.

Nunca recuerdo donde he aparcado el coche, he estado a punto de causar más de un incendio gordo por dejarme un cigarrillo encendido donde no debía (probablemente el mundo sería mucho más seguro si dejase de fumar), se me pasó el cumpleaños de mi madre (menos mal que mi hermana está ahí para recordármelo); y podría escribirte 20 páginas más de descuidos, despistes y olvidos, si lograse recordarlos, claro.

Ya sé que ya sabes de qué va esto, Rober, porque también lo sufriste, de insomnio, aunque espero de corazón que de una forma más leve que yo. He dormido en una unidad de control del sueño, envuelto entre aparatos, cables y tubos, pero los médicos no consiguen encontrar causa alguna. Tampoco el psicólogo, al que he estado visitando durante meses, hasta que me harté de pagar para nada; y los somníferos apenas me hacen efecto.   

Así, lo días los comienzo sin energía, y se me hacen insoportables, eternos; pero las noches son peor aún, ansiando febrilmente que mi cerebro deje de contemplar la oscuridad de la habitación, mientras las horas transcurren una tras otra como una lenta tortura. Al final, noche y día son un todo continuo, sin principio ni fin, sin descanso; como mi mente, que empieza a perder la noción del tiempo, sin saber realmente si estoy dormido o despierto. Me quedo grogui en la sala de espera del dentista, tengo que luchar para no hacerlo en los semáforos, y me da miedo conducir en viajes largos.

Joder, para no hablarte durante años, te estoy soltando todas mis penas de golpe. El caso es que me jodió muchísimo que te quedases dormido, y por tu culpa no pudiese coger el vuelo, y todas las desventuras que vinieron después. Joder, esto ya te lo he contado al principio… tengo que repasar la carta una y otra vez, para comparar lo que tengo en mi mente con lo que ya está en el papel.

En definitiva, creo que está bastante claro cuál es el propósito de todo este rollo, ¿cómo podría seguir cabreado contigo por quedarte dormido, cuando yo ni siquiera soy capaz de distinguir cuando lo estoy? No se tienen demasiados amigos de verdad en la vida, como para perder a uno por algo así. 

Espero que puedas perdonarme, por no haberte perdonado yo, a pesar de tus muchos esfuerzos. Sé que eso no devolverá la amistad perdida, ni los años, ni la complicidad. Pero puede que me ayude a perdonarme a mí mismo; y quién sabe, tal vez consiga dormir mejor, borrar algo de mi lista de obsesiones de las oscuras noches de insomnio.

Acaba de sonar el despertador, llevo cerca de una hora leyendo y releyendo la carta, y sobre todo, enfrentándome al espacio en blanco que queda al final del folio. Me gustaría acabar diciéndote algo que valga la pena, capaz de remover en tus entrañas los años de amistad que nos unen, aunque sean tantos como los que nos separan. Pero debo ducharme, vestirme mientras me acabo el segundo café solo, y buscar el coche; y más vale que eche la carta ahora, de camino a la oficina, cuando pase por el estanco a por otro paquete de cigarrillos; porque si no lo hago ahora, probablemente mañana se me olvide, pasado no me atreva, y al día siguiente olvide que no te la llegué a enviar.    
 

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