Alguno de vosotros (no muy ducho, por lo que se ve) entró en nuestro blog por blogger y lo ha asociado a su cuenta que es marcantmafe@gmail.com

Ahora mismo hay que meter como nombre de la cuenta ese correo y como clave la misma que os di en clase.

miércoles, 18 de abril de 2012

Relato 1 de Lidia Esteban

Martes de Carnaval

Amada madre mía, ya conoce usted mi devoción a Cristo y al Santísimo Sacramento, y le agradezco desde el fondo de mi corazón que siempre me haya considerado un ejemplo de perfección e integridad dentro de la vida monástica, pero la locura ha trastornado mis sentidos y, aunque a lo largo de mi vida he sido proclive a ciertos excesos místicos, los hechos que voy a referirle superan con creces el ardor religioso de una joven novicia. Han sido los besos, madre, y no hay exorcismo ni ciencia médica posibles que puedan purificar mi espíritu atormentado.

La víspera del Miércoles de Ceniza, hace aproximadamente tres meses,  me fue robado un beso mientras dormía. Perdóneme, madre, pero todavía hoy saboreo con lascivia las huellas de esos labios en mi boca. Que el Señor se apiade de mi alma pecadora. Desde ese primer beso, en un audaz intento por hallar dentro de la abadía al responsable de tan amoroso tormento, me entrego con devoción a la práctica diaria de buscar labios a los que besar. Me paso el día besando, madre, y mi boca ha iniciado un insensato periplo que no respeta jerarquías ni condiciones.

He llegado a tal maestría en el arte de besar que nuestra madre superiora, mis queridas hermanas, el párroco y hasta Gabriel, el jardinero, parecen haberse contagiado de las bondades de mi boca: son mis besos los que han hecho de las tediosas homilías de nuestro amado don Francisco de la Quintana, pláticas colmadas de un fervor místico que parece otorgado por la gracia divina; son mis besos, madre, los que han transformado los desafinados salmos de mis amantísimas hermanas en cantos celestiales. ¿Y qué decirle del jardín, madre? Son mis besos los que han guiado esas manos rudas y ennegrecidas por la tierra para que broten, primorosos, jacintos y azucenas.

En la congregación comienza a correr el rumor de que mis besos lo curan todo y, cuando tocan a maitines, acuden en peregrinación a la puerta de mi celda esperando el milagro de mis labios, un milagro reencarnado en carne y besos. ¡Imagínese con cuánto afecto convivo, madre! Mas no hallo consuelo. Beso los relicarios, beso a la gozosa Inmaculada y a los ángeles que la rodean, beso al niño Jesús vestidito de turco y al mismísimo Cristo de la Misericordia beso. Pero de aquel primer beso, ni rastro.

Abandono el convento, madre, y dejo atrás mi corazón y mi castidad. He jurado ante Dios Nuestro Señor que moveré cielo y tierra hasta encontrar a aquellos labios culpables y dulcísimos, aunque tenga para ello que besar hasta la última alma humana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario