Fruto del delirio
Sebastián Chilla
Querido Pepe:
Te escribo esta carta desde el
balcón de mi nuevo hogar. Aquí me hallo, en el cielo de Nueva York, y con las
mismas compañías de siempre. Sí, sí, ya sé lo que piensas, nunca cambiaré. Es
cierto que debería dejar de beber pero no puedo renunciar a este hermoso brandy
que acabo de catar, los médicos dicen que una copa al día es beneficiosa para
la salud. Sé que te enfadarás, pero peor habría sido ocultártelo, no quiero
secretos entre nosotros, nunca los tuvimos.
Pepe, te echo mucho de menos,
cada minuto pienso en ti, ni un solo segundo me libro de tus recuerdos. Y
bueno, aun sufriendo tu ausencia tengo que confesarte que aquí todo va bien, y
que por el momento no hay posibilidad de que vuelva. Sabes de sobra que eres
imprescindible para mí, tu compañía es esencial para que yo pueda seguir
adelante, ¿recuerdas aquello? Sí, sí, aquello de “Eres como mis ojos, no podría
seguir sin ti”, qué recuerdos, ¿verdad? Hoy me pongo a contemplar los
rascacielos de esta gran ciudad y estoy seguro de que te habría encantado
pasear conmigo por ella. Los edificios tocan el cielo, algunas nubes chocan
contra ellos, ¡es como si uno estuviera en otro mundo! Estoy seguro de que te
gustaría, sí, sí, de verdad, tan seguro como que dudas de ello, ¡nunca
cambiarás Pepe!
Pepe, Pepito, Pepón, sé lo que
estás pensando y no, no me he servido otra copa. Si te soy sincero estoy
cambiando, hoy mismo he intentado dar un largo paseo a solas. Fui a comprar lo
necesario para el día, y como no me quise complicar me traje una pizza y algo
de fruta fresca. La comida rápida no es de mi agrado, pero no había otra, ¿Qué
puedo hacer yo sin todas las fuerzas que tú me dabas, mi querido Pepe? A veces
pienso que me tomo muy a pecho nuestra amistad, pero en estos tiempos tan
difíciles, ¿Cómo no iba a ser así?
La casa está vacía, y en un
intento desesperado de ahogar el silencio puse un poco de música, pero tú y yo
sabemos que nada es comparable a nuestras discusiones a altas horas de la
madrugada, ¿recuerdas? Y los constantes problemas con los vecinos, ¡no nos
permitían charlar y charlar! Son unos
idiotas, ellos no podían entender nuestra amistad. Sí, ya me he alterado. No
debería echarme otra copa, ¿verdad? Bueno, por una más no pasa nada, si no, no
terminaré de escribirte, estoy seguro de ello.
¡A veces no sé de qué estoy más ciego!
Pensé en la posibilidad de
preguntarte cómo iban las cosas por allí, pero sé que no podrás responderme, en
ocasiones eres de pocas palabras y te limitarás a asentir. Me criticarás, pero
bien que hablábamos y discutíamos sobre todo tipo de cuestiones cuando iban
varias copas, ¡no me lo puedes negar!
A fin de cuentas y dejando a
un lado toda mi palabrería, no sé si sabes por qué te escribo. Las cosas se están
poniendo difíciles Pepe, pasan los días y sigo sin encontrar las fuerzas que
tanto necesito. Este refugio que es mi nueva ciudad a veces se me queda
pequeño, ¡Chicago pequeño, qué loco estoy! Con sucesos así, uno descubre que
nada puede tener tanta dimensión como la pérdida de un amigo. Esto es muy
difícil, Pepe, esto es muy difícil.
Por no poder, ya no puedo ni
llorar, Pepe. Cuando todo se acabó y tuve que venir aquí, lloré como nunca, ya
no hay lágrimas, ya no hay nada, no tienes ni idea. Aquel día fue mi muerte, no
sé si lo sabías Pepe, pero me da mucho miedo esa palabra y no sé por qué acabo
de escribirla. He pausado la escritura y he pensado seriamente en borrarla,
pero me es tan difícil como leerla, ¿no es acaso la verdad lo que más duele y
al mismo tiempo lo que es más complicado de ocultar? A menudo escucho hablar de
las heridas, pero no de la muerte. La he mencionado otra vez, si fueran heridas
tal vez podrían ser sanadas, ¿verdad?
Puedo ver de nuevo los altos
edificios de esta gran ciudad, me gusta, me gusta Tokio. Las estrellas brillan
más que nunca en Frankfurt, lo sé, y desearía que estuvieras aquí para verlo,
otra vez. Me gusta, me gusta el whisky, y podría echarle un poco de limón, va
muy bien con el vodka. ¡Te echo de menos Pepe! Desearía que pudieras estar aquí
y tomar un poco de este Manhattan, es una delicia.
Pepe, tu ausencia se hace
eterna, y no sé por qué he escrito esta palabra. ¿Eterna? Estoy atemorizado, el
corazón me palpita ahora más deprisa y una nueva lágrima vuelve a caer por mi
rostro. Pepe, sólo quiero que leas esta carta y que sigas siendo feliz dónde
estés. ¿Sabré poner la dirección para que te llegue esto? San Pedro, si llega a
tus manos esta carta busca a Pepe y entrégasela, gracias.
En ocasiones tengo muchas
dudas, ¿Quién se fue de casa? ¿Tú o yo? Ya no hay más copas, debería dejar de
escribirte Pepe, mi imaginación no da para más. ¡Menos mal que no puedo verte,
nunca pude! No ladres mucho allí donde estés, sé bueno y obedece a tu nuevo
amo, guíalo por buenos caminos. Por favor, haz que no se pierda como yo me
pierdo por esta ciudad que ya no sé ni cuál es, ahogado en alcohol y fruto del
delirio.
Descansa en paz, Pepe.
Tu amo, “el ciego”…
No hay comentarios:
Publicar un comentario