Carta desde mi pequeña
isla
Querida familia y amigos:
Tal cómo prometí os escribo de nuevo para
contaros cómo son mis días en este pequeño rincón del paraíso. Sé que
algunos de vosotros no comprendisteis del todo mi decisión de abandonar para
siempre la península y menos cuando os comuniqué que me marchaba sin tener tan siquiera claro cual sería el
destino elegido para pasar el resto de mis días, pero sí que conocéis bien el motivo
de mi meditada y firme postura de no
volver jamás a lo que llamáis civilización y creo que eso justifica mi partida.
Ahora transcurridos unos meses vuelvo a
reiteraros que me encuentro mejor que nunca y sigo gozando de una espléndida salud, (esto va dirigido especialmente
a mis más allegados, a mis queridas hermanas y a papá, para que estéis tranquilos).
La salud es algo que en la península daba
por hecho quizás por mi juventud o quizás porque los vaivenes y las
preocupaciones que la vida me deparaba allí no me daban la oportunidad de tener
en cuenta las cosas realmente importantes.
Por lo demás aquí en la isla todo continúa igual, es decir, a las mil maravillas. No me
falta alimento, que es algo también importante: todas las mañanas salgo a
pescar, preparo después mi almuerzo, por supuesto antes de éste siempre me abro
un coco y con algo de Martini de las últimas botellas que hace un mes me proporcionaron
los patrulleros me preparo un aperitivo y lo acompaño con unas almejas al vapor
que están para chuparse los dedos. Tampoco
me falta distracción e incluso buena compañía. Por las tardes cuando cae el
sol, como siempre, me tumbo en la orilla y espero que los Bumpa – Tumpa hagan
su aparición, los veo venir remando en
su canoa de tronco de palmera, deslizarse entre las olas y aterrizar suavemente
en la playa, me sonríen y con sus caras morenas y aniñadas me urgen a que me
levante y me disponga a jugar a las
cartas con ellos, a veces pienso que fue una equivocación enseñarles el juego,
otras veces estoy deseando que lleguen y me sacudan la monotonía que encierra
algún mal día. Luego cuando comenzamos a jugar todo son risas, bromas y codazos
entre ellos y eso me hace tanta gracia que a la hora de marcharse, los despido
con tristeza, bueno, eso ocurre siempre que no le toca venir al jefe. Zuzú
tiene muy mal perder, tan mal perder que cuando la cosa pinta regular para él se
pone a tirarse de los pelos, a dar saltos y echarnos arena como un poseso hasta
que con gesto enfadado se va detrás de una palmera, entonces yo con algunas
palabras amables que ya conozco del dialecto
malgache intento calmarle y unirlo al juego de nuevo. Con Zuzú delante nadie
se atreve a gastar bromas excepto yo, que ya le voy conociendo y se en el fondo
que es perro ladrador.
En mi isla las
noches son estrelladas y cálidas y es en el silencio de estas noches, bajo el
sonido oscilante de las olas, cuando más me acuerdo de lo que tengo y de lo que
dejé allí, en vuestra península. Muchas
veces me tumbo en mi hamaca de raíces y
colgado entre dos palmeras como un felino, me balanceo con suavidad mientras
observo las estrellas. Nunca había deparado en los colores de las estrellas,
sí, había aprendido sus tipos en el colegio pero jamás creí en llegar a distinguir
sus colores: las hay rojas, naranjas, amarillas, azules y completamente blancas.
Y sus tamaños, ¡qué decir de sus tamaños! Desde esta parte del Océano Índico se
ven cosas, imposibles de calibrar bajo
el cielo de vuestra península y respiro tranquilo entonces, con una
tranquilidad que no conocía desde que era un niño y esa soberana sensación, os
lo puedo asegurar, no la cambiaría por nada de este mundo.
Tengo que
reconocer que a veces en mi isla la cosa se pone fea, por ejemplo, hace dos
días de repente (y os digo de repente porque casi todo en mi isla surge de
repente) el cielo se volvió negro como el tizón y el viento comenzó a soplar de
tal manera que descompuso el techo de mi choza. Jamás había visto el mar de
aquella forma, las olas subían por el acantilado que se divisa desde la playa y
los truenos de la tormenta se confundían con las arremetidas del mar contra la
roca. Como aquello no me gustó un pelo me cogí mis cosas y marché a la montaña,
descubrí un entrante que me sirvió de refugio hasta que dejó de llover.
Mientras esperaba a que el cielo se despejara, improvisé una fogata, y fue
encenderla cuando me vi rodeado de una curiosa compañía, cuatro roedores se
acurrucaron detrás de mí, me imagino que atraídos por el calor que desprendía
el fuego. Jamás había visto animalitos parecidos, eran como ratones grandes con
orejas alargadas y ojos redondos que me miraban sin parpadear. Olisqueaban
todo, mi ropa, mi bolsa y uno de ellos me siguió todo el día, lo he adoptado
como mascota y le llamo Boni en recuerdo a primo Bonifacio (primo, espero que
no te importe). Boni es muy listo, lleva tan solo dos días conmigo y ya me trae
las chanclas, cuando estoy cansado de pelar cocos y me tumbo en la hamaca le
digo: ¡Boni, boni, trae las chanclas, vamos! Y entonces levanta las orejas,
sale flechado para la choza y me las trae entre sus dientes de roedor, después
espera a que le acaricie y se sube a la hamaca conmigo hasta que se queda
dormido a mis pies, ¡Boni, es un primor de mascota! La semana que viene le
enseñaré a vigilar la choza por la noche porque aunque su aspecto engañe cuando
se enfada es un roedor bastante agresivo. Ayer que vino Zuzú a jugar, Boni lo
supo mantener a raya, cuando le vio echarme arena se le abalanzó haciendo un
ruido similar al de un tigre. Menos mal que como es tan obediente, a un solo grito mío retrocedió de inmediato.
Pronto os llegará
esta carta, mañana vienen los patrulleros a recoger la correspondencia. Por algo
de marisco que les pesco me hacen el favor de llevármela a Isla Mayotte y me
traen también algunas provisiones que echo en falta de la civilización. Ahora
me daré prisa en terminarla porque hoy viernes tenemos fiesta, las noches de
luna llena toda la tribu de los Bumpa Tumpa vienen a mi isla, les preparo batida
de coco y entonces nos colgamos flores al cuello,
con cantos malgaches caminamos hasta la montaña y allí desde lo más alto
del acantilado despedimos el sol mientras echamos las flores al mar, después
seguimos bebiendo durante toda la noche. Zuzú entre risas tontas me dice que es
una costumbre ancestral que desde que llegué han decidido celebrar por siempre en mi isla
porque mi acantilado es más alto que el de su isla. Yo me sonrío y pienso en el
fondo que el traslado de la fiesta malgache se debe más a mi batida de coco que
a la altura del acantilado pero no le digo nada porque disfruto mucho con su
fiesta. Ya debo terminar, se hace tarde. Como podréis comprobar mi vida aquí
tiene poco que ver con mi vida en vuestra península, sigo sin trabajo, sin oficio ni
beneficio, pero ahora soy un hombre feliz. No necesito dinero, lo cual me hace
respirar a gusto, y tampoco necesito compañía, por ahora no echo de menos a una
mujer y mucho menos a una ex que era lo único que tenía allí. Así que soy completamente feliz, espero que
poco a poco me comprendáis y os planteéis seriamente en veniros una temporadita
a mi isla aunque por ahora no os pueda enseñar exactamente en qué lugar del
Indico está, pronto le pondré nombre y pediré seriamente que aparezca en el
mapa, justo entonces os mostraré dónde exactamente se encuentra para que podáis
venir a visitarme cuando os apetezca.
Un gran abrazo a todos desde mi pequeña isla.
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