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martes, 17 de abril de 2012

- Relato 1 de Eva María Torres de los Santos


                                        ANARQUÍA EN CASA
                                     Eva María Torres de los Santos

Querido y siempre ausente hermano:

Pagaría, no sabes cuánto, por ver tu cara abriendo esta carta. ¿Qué querrá este?
Te hubiera llamado por teléfono pero me hubiera costado un riñón y no está bien eso de cargarse las vísceras de uno (mi hígado ahora mismo se está descojonando).  Ya, se que no cuela, ¿quieres la verdad? Por teléfono no me habrías creído, en cuanto hubiera empezado a contarte lo que me sucede me habrías colgado con cualquier excusa pensando que estaba de broma.
Siempre haces lo mismo, desde que te fuiste no recuerdo haber hablado contigo más de cinco minutos seguidos. Y ni te creas que nos engañaste, la oferta de trabajo no era tan buena lo bueno era poner tierra de por medio. Nos temías, a mamá y a mí. Temías nuestra cercanía como si fuéramos unos apestados. Lo sabíamos pero nos hicimos los tontos, te largabas para no contagiarte con las excentricidades  de una madre de plástico y un hermano de cartón piedra. ¿No me lo irás a negar?
Deja de fruncir el ceño hermanito, o se te va a arrugar esa cara de habichuela, que al fin y al cabo es la mía.

Me conoces. Sabes que detesto escribir cartas, nunca lo he hecho. Bueno miento, hubo un tiempo en que sí tuve que escribir montones de cartas pastelosas de las que pringan los dedos con solo leerlas. ¿Y todo para qué? Para que te ligaras a la flaca esa con la que vives.
Si supiera que se pasó meses suspirando por las palabras  que le escribía el inútil de tu hermano... A lo mejor un día me vengo y le confieso la verdad. A ella si que le iban a reventar las vísceras al saberlo o por lo menos le salía una úlcera, eso que me gano.
Lo reconozco, lo que me estoy ganando a pulso es que rompas la carta sin terminar de leerla. No lo hagas…  Estarás dudando incluso que realmente tenga algo que contarte ¿A caso crees que yo te escribiría por puro gusto?

Iré al grano. Solo quería comunicarte que hoy he declarado la guerra a la  República independiente de mi casa. Ni se te ocurra reírte, enano.  No voy a protagonizar un anuncio del IKEA ni a bombardear mis muebles.  Esto no es un chiste barato. Déjame que te explique. Léeme.

Desde hace un mes, en mi casa reina la anarquía, no lo aguanto más. Mamá dice que tendría que habértelo dicho antes pero creí que podría afrontar el problema yo solo. Los muebles hacen lo que les da la gana, se me andan cruzando a cada paso y no hago más que chocarme,  estoy convencido de que si no pongo remedio, alguno de ellos terminará sacándome un ojo. ¡No será por falta de ganas! Ayer mismo, el armario del  cuarto de baño, lo intentó dos veces.
Ahora bien, lo que colma el vaso es lo de la lámpara de mi mesita de noche, no me había dado cuenta, pero hace un mes que no funciona.
¿Sabes de cuál te hablo? Creo que la última vez que viniste aún no estaba.
No es gran cosa, al contrario, es de un mal gusto que espanta, tan barroca que llama la atención al primer golpe de vista. No va nada con el resto de la decoración de la casa.
Me la regalo Paula, o Laura o Sofía, una de ellas o puede que cualquier otra. Las mujeres son así. A veces uno tiene que tragarse sus estridencias, como que te llenen la casa de trastos inútiles que solo sirven para coger polvo.  Lo curioso es que la lámpara al final me terminó gustando.
Si traía a una chica a casa, apagaba las luces y encendía la lámpara. Me fascinaba verlas desnudarse en mi habitación, cuando todo estaba en penumbra y la luz de lámpara les hacía sugerentes sus curvas.
A oscuras, no es lo mismo, se me antojan simple  carne que se escurre entre mis dedos, carne con olor a vainilla o a perfumes afrutados, carne sudorosa por las ganas, carne al fin y al cabo ¡joder!
A algunas, esto de que no haya manera de que la lámpara funcione las pone muy tiernas.
Me cogen las manos y se las pasan por la cara:
- Mira estos son mis ojos,  esta mi nariz, y esta mi boca.
Lo hacen lentamente como queriendo que las yemas de mis dedos puedan dibujar cada pliegue de la piel. Piensan que me voy a excitar cuando me encuentre con sus labios entreabiertos  y entonces, es carne otra vez, carne húmeda que juega en mi boca. Aunque besar es un arte que se hace a oscuras a mí ya no me saben igual.
También la usaba para leer  novelas. Se creaba una buena atmósfera, sobre todo ahora que me había dado por adentrarme en el tortuoso mundo de los escritores románticos. No se pueden seguir los pasos por la Antártida del monstruo de Mary Shelley con el sol pegándote en la cara en una habitación bien iluminada.
¡Maldita sea! Me encantaba esa dichosa lámpara. Uno se acostumbra a las cosas y luego ya no sabe vivir sin ellas.

Mamá hoy ha venido a verme, hacía un par de semanas que no me visitaba  porque ella también ha estado convaleciente. Se ha hecho unos arreglillos, no quiere especificarme dónde pero son fáciles de suponer.  Imagino que ni te sorprenderá, lo hace mucho últimamente. Está empeñada en ganar la batalla al tiempo a golpe de bisturí. La gente dice que parece otra. A este paso cuando vuelvas no la vas a reconocer.
Al parecer, un vecino la  ha confundido con una “amiga” mía y ella está tan contenta.  Fíjate si se sintió halagada que hasta le siguió el rollo. ¡ Hay que joderse!
Hemos estado hablando de la anarquía que tengo en casa. Piensa que si el mayor problema es la lámpara, me debería deshacer de ella ya que no funciona y  darle un tiempo a los muebles porque tarde o temprano se terminarán asentando cuando yo me acostumbre. 
 Se equivoca, esa no es la solución. Tengo que deshacerme de todo. Tiraré los espejos,  ya no me reflejan, y los cuadros que pinté ¿para qué los quiero ahora?
Lo mejor será que declare  la guerra a la casa entera si hace falta. Empezaré por el salón. Pondré algunas alfombras y cojines. Me importa un carajo si termina pareciendo una tetería o un burdel. El sofá lo voy a dejar, eso sí, al menor movimiento lo pongo de patitas en la calle.  Le doy esta tregua, porque no hay nada mejor que tumbarse  con un Juanito Caminante en la mano, ese seguro que no ha cambiado de sabor.
De Juanito si te acuerdas, ¿verdad? Lo probamos un par de veces cuando éramos universitarios, recuerdo que te gustó.  En aquella época no estábamos para remilgos, pasábamos la tarde con un par de rubias bien frías, al fin y al cabo servían para lo mismo.
Con los años me estoy volviendo un viejo quisquilloso. Ahora no cambio una copa de whisky seco con hielo por nada, y menos un Juanito. Me gusta tanto, que recurro a él cada vez que  siento que mi vida es una jodida mierda o que estoy pringado hasta el cuello o que me levanto, enciendo la puñetera lámpara y no se hace la luz. Y ya puedo desenchufarla o tirarla por la ventana porque la luz que no veo desde hace un mes, no la voy a ver mañana ni pasado ni nunca más.

Pero no te preocupes enano, estoy bien. No voy a hacer ninguna estupidez solo porque se me hayan revelado unos cuantos muebles.  La vida es muy puta, lo asumo.
Lo de la compasión tiene sus ventajas, últimamente todo el mundo me complace. Doy tanta lástima…

Tiene gracia, antes mucha gente  decía que era un capullo, vamos, me lo escupían a la cara con ganas, sin embargo, desde hace un mes todos se han olvidado. Ahora dicen que estaba en la flor de la vida… ¡Cómo si me hubiera muerto!
Hasta mamá ha accedido a redactar esta carta (comprenderás que hay frases que me ha costado mucho que escriba) porque yo no podía hacerlo.

Y tú hermanito… ¿Me vas a complacer también? Seguro ya no frunces el ceño. ¿No irás a llorar? Eres un blando… Tranquilo, aunque hayamos compartido placenta esto no se pega como cuando de pequeños enfermábamos a la par. Fue por accidente.
Te he escrito porque quiero que vengas a verme, al menos unos días, ayúdame a hacer la guerra en casa, a poner orden en esta anarquía que me trae de cabeza.  Tráete a la flaca si quieres. Lo sé, escupirá bilis por la boca cuando se lo propongas pero ya te digo, ahora nadie ve el capullo. Haz la prueba.

No tardes.
Un fuerte abrazo, tu hermano.







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