- Relato 1 de Mª Luisa Víu Blanch.
EL TIEMPO
Querido amigo dos puntos, así iba a comenzar esta carta.
Después taché, y me lo pensé mejor
porque todavía no eres ni querido ni amigo, aunque bueno es una forma cortés o
educada de iniciar. Perdón te estoy tuteando, doy por supuesto que no te molesta,
y en caso contrario ya es tarde lo siento, me permito la licencia. Otra forma
correcta de empezar es, estimado señor,
pero me parece demasiado formal, la verdad no se como empezar.
Tengo el salón lleno de bolas de papel arrugadas de los
borradores que he escrito y roto, mi perro está jugando a la pelota con ellos y
puedo hasta hacer confeti. Mentiría si no te dijera que no he intentado ordenar
mis pensamientos y lo que te quiero decir en un brainstorming y en un
esquema previo pero aun así se me agolpan los pensamientos en la muñeca
mientras escribo y mi mente es más veloz que yo.
Me gustaría contarte muchas cosas pero sé muy poco de ti y
me da un poco de pudor. Algo dentro de mí, me dice que lo intente que no pasa
nada, que da igual que seas alto o bajo o muy exigente, que rías o que estés
serio, que te fijes en mí o que sea una más del montón, que te gusten o no mis
letras, lo importante es que las escribo para ti, que las siento y produzcan en
ti una reacción.
Me gustaría decirte que tenía diez años cuando me enamoré de
Gustavo, el de la Rimas y Leyendas, me sé algunas de memoria, sí, ya, como
mucha gente. Algunas veces voy a su Glorieta a verlo, estudié enfrente, siempre
está distinto. A los quince, me subí por primera vez de la mano de Neruda y
junto al sonido de un piano de cola a un escenario. Ahora cada vez que lo hago
nunca se sabe por donde voy a salir, siempre rompo algo o le pido ayuda al
equipo técnico, hay expectación, el público
conecta desde el primer poema, se engancha. Ello me genera emoción y
afán de superación, mi mente está siempre despierta, siempre creando, siempre
trabajando. Voy por la calle en estado de alerta, pendiente de cualquier
elemento de la vida cotidiana que me pueda servir para que un verso, una
palabra, un concepto, cobre vida y rompa la frontera del papel, o a la inversa,
se introduzca en mi mente y siembre el germen de un poema o una historia.
Quizás escribo a impulsos, pero el corazón se mueve a
impulsos, la emoción es un impulso, la vida es un impulso. El impulso llega
como una chispa que prende la mecha que ya estaba, lo único que hace es
traducirlo, darle forma. Después duerme y despierta luego en el escenario donde se transforma en pasión porque el
poema una vez escrito es un acto de entrega y allí no hay nadie, estás más sola
que cuando escribes porque estás ante la verdad, ante la voz, ante la palabra.
Algunas veces he tenido sueños imposibles, he soñado que era
como Benedetti o la protagonista de “Veinticuatro horas en la vida de una
mujer” de Zweig o que escribía algo remotamente parecido a “La dama del
perrito” del maestro Chéjov al
que amo gracias al relato “Tres rosas amarillas” de mi adorado de
Carver. Lo he leído hasta desde el final,
comenzando por la escena en que el botones recoge el corcho, es una obra
maestra. He ido en mi pasión por la letras incluso a la librería que lleva su
nombre “Tres rosas amarillas” dedicada al relato, un paraíso para los amantes de juntar letras y del cuento y el
relato. No quiero parecer una obsesa, pero lo decía Calderón:”La vida es
sueño y los sueños, sueños son.” Nunca me pareceré a ellos, por eso, los leo,
los sueño y los aprehendo.
Si tenía dudas sobre como comenzar ahora las tengo para
finalizar. Un saludo, es correcto, pero después de lo que te he soltado me
parece muy formal y un beso tampoco te voy a dar porque no tengo esa confianza
y adiós me parece vulgar. Mejor me despido con un poema y un punto y final.
EL TIEMPO
¿Cuánto pesan tres minutos?
Le pregunta una niña a su madre,
y ella le responde – El tiempo
no se pesa se mide. –
Entonces pienso que a lo mejor
a mi edad me he convertido en niña.
Sueño con correr liviana, manchar
mis manos de barro y limpiar el mundo.
Que todas las personas cuenten hasta diez
y pongan el cuentakilómetros a cero.
Y entonces, quizás
comprar una cinta
métrica y medir el tiempo.
No llegamos a saber a quién le está escribiendo. No entendemos el sentido de la carta. Sólo vemos una personalidad dubitativa. Sería, en resumen, la carta de una loca. Alguien que escribe a no se sabe quién para no se sabe qué. Como relato no se entiende.
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