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sábado, 11 de agosto de 2012

Relato nº 6 de María Marín Álvarez



 El penúltimo tango


Se levanta temprano, no son ni las siete. Se viste con prisa. Su mujer ni se inmuta a pesar de que enciende la luz y rebusca frenéticamente por los cajones hasta encontrar un sobre que mete en el bolsillo interior de la americana gris. Sale de la habitación sin mirar atrás y se dirige a la cocina. Descuelga la pizarra y el rotulador magnéticos de la nevera. Pone la cafetera y se sienta en la mesa blanca de mármol. Escribe algo. Lo borra. Se golpea repetidas veces la cabeza con el rotulador. Vuelve a escribir.  Aparta un poco la pizarra, para poder leer bien lo que ha escrito. Sonríe. La cafetera suena. Se levanta, se sirve un café en una taza roja y azul y cuelga la pizarra junto con el rotulador en la nevera. Se toma el café rápidamente y sale de la cocina.

Saca del mueble empotrado del pasillo dos maletas grandes y una mochila. Antes de salir, deja sus llaves en el vaciabolsillos de la entrada, coge las del coche, el móvil y sin echar la vista atrás cierra la puerta.

Ya en el coche, enciende un cigarrillo y saca el móvil. Hay 16 llamadas perdidas de Carolina. La llama por teléfono pero está apagado, así que le deja un mensaje de voz:
“Cariño, ya lo he hecho. He dejado a Marta. Estoy en el coche y voy a la inmobiliaria. Antes pasaré por la oficina para dejar algunas cosas terminadas. Por fin lo he hecho. Ahora empezaremos a vivir. Los tres. He visto todas las llamadas. Lo siento pero como te dije, Marta no me dejó llevarme el teléfono al crucero. Llegamos anoche tan tarde que caímos rendidos. Nos vemos luego. Te quiero.”

Una amplia sonrisa aparece en su cara cuando, desde el retrovisor, ve alejarse su casa. Son las siete y media de la mañana.


-          Son 1900 euros, incluyendo la comunidad. La luz y el agua no están incluidas. Son 207m2 de lujo, ya lo ve.- El agente inmobiliario hace gestos señalando como una azafata de avión.- Dos habitaciones, dos baños, plaza de garaje, piscina comunitaria solo para estos 5 pisos, junto al mar que como ve…
-          ¿Y la calefacción?- Lo interrumpe.
-          Eh, bueno, si, si, tiene calefacción central, que se paga con la comunidad, por eso la comunidad sube un poco más.
-          Ajá.- Pasa la mano por el sofá. Es muy grande, blanco, de piel.
-          Puede sentarse en el sofá si quiere. ¿Quiere ver las habitaciones?- Extiende el brazo como queriendo darle paso.
-          No, no. Ya conozco el piso y es perfecto. Es la segunda vez que vengo a verlo, vine con mi…con mi mujer, a lo mejor no se acuerda. Fue ya hace unos meses. Se llama Carolina.
-          ¡Ah, si! es verdad, disculpe. – Sube con su dedo anular las gafas que han ido resbalándose por su afilada nariz. - Su mujer era, y es, claro una señora muy guapa.
-          Si. El día que vinimos yo casi no intervine. Estaba un poco…distraído con problemas en el trabajo. Fue ella la que hizo todas las preguntas.
-          Si, si, ahora recuerdo. Una señora muy educada, además. Es extranjera, ¿no?
-          Si, es Argentina.- Mira el reloj y cuando vuelve a subir la mirada ve que las gafas del tipo están resbalándose de nuevo, lentamente, por su horrible nariz.
-          Si, si. La recuerdo perfectamente. Disculpe, es que últimamente enseñamos muchos pisos. Hacemos poco negocio, pero enseñar…si que enseñamos.¿Cómo olvidar ese acento? ¡Y esos preciosos ojos azules!- Se quita las gafas que ya rozaban el abismo y limpia los cristales con la corbata roja corporativa.
-          Si, si, es muy guapa. Pero no se preocupe, no pasa nada. Es que nos ha costado un poco decidirnos. Hemos tenido algunos problemillas y bueno, después de mucho jaleo, al final vamos a mudarnos, cuanto antes, eso sí.
-          Bueno, el dueño está dispuesto a hacer los cambios que necesite. Como le dije,  le ofrece la oportunidad de rebajar  un poco el precio o de amueblar mejor algunas habitaciones antes de que se muden.- Abre su cuaderno en un ademán de apuntar una larga lista de reformas.
-          No, verá, es que quiero mudarme hoy. Hoy mismo.– Mira el móvil. No ha llamado nadie.
-          ¿Hoy?– Hace el gesto de subirse las gafas que, esta vez, no se habían movido de su sitio.
-          Si, si. Es que acabo de dejar mi antigua casa y bueno, estoy, literalmente, en la calle.- Risa forzada.- Además, mi...mi mujer y yo tenemos muchas ganas de empezar a vivir en este barrio.
-          Bueno, este, a ver, es que pensaba que espirarían al menos un mes más, por el jaleo de la mudanza y todo.
-          No, no.- Contesta atropelladamente.- No, si es posible.- Se calma.- El niño ya está en el colegio de este distrito y, la verdad, a su madre le resulta un poco engorroso traerlo todas las mañanas desde el antiguo barrio, ¿comprende? Es que estamos los dos trabajando y justo esta semana hemos podido cogernos unos días libres para organizar la casa, pero nos gustaría hacerlo ya estando instalados. De momento, vamos ligeros de equipaje.
-          Si, si, entiendo. ¡Qué será eso que llaman conciliación familiar! ¿verdad? Yo también tengo un hijo, bueno, una hija. Cumple cuatro en diciembre.
-           El mío se llama Carlos, en agosto cumple dos años.
-          Ah, qué pequeño.
-          Los niños son una alegría.
-          Si.
-          Si.
Se hace un silencio abismal que permite escuchar la sirena de una ambulancia lejana.
-          Así que ahora cogerán unos días, muy bien. Aunque, por su bronceado diría que acaba usted de llegar del caribe, es envidiable.
-          Si bueno, es que justamente ayer llegamos de un crucero mi...mi mujer y yo. En fin, si no le importa, tengo un poco de prisa.
Suena el teléfono.
-          Disculpe, puede ser importante. – Se aparta un poco.
-          No se preocupe, está en su casa.- contesta el agente con un tono ridículo.
-          Ya. –Sonríe. Mira el teléfono pero no lo descuelga. Lo pone en silencio y lo vuelve a meter en el bolsillo. – Nada importante. ¿Podemos seguir?
-          Si, si. Volviendo al bronceado, disculpe la indiscreción. Es que es que no he podido evitar fijarme en que tiene usted un color de piel precioso. Es raro por el norte ver un color así, y menos en esta época del año.-Le golpea el hombro.
-          Si, no pasa nada. – Se rasca la barba mientras da un paso atrás.
-          Bueno, ¿tiene usted alguna pregunta más?
-          No, no, todo está claro y, la verdad, como le digo, me gustaría acelerar el papeleo lo más posible…
-          De acuerdo. Si me acompaña usted a la oficina, que está justo aquí al lado, podremos firmar el contrato. El dueño se pondrá muy contento. Como sabe, tendrá usted que dar seis meses por adelantado, la nómina y…
-          Si, si.- Lo interrumpe. – Estoy al tanto de todo.

Cuando sale de la oficina son las 9. Lo hace con un cigarrillo sin encender en la boca,  un sobre grande debajo del brazo derecho y dos llaves en la mano izquierda. Sonríe abiertamente. Enciende el cigarrillo y da una calada honda, profunda mientras cierra los ojos. Mira a su alrededor y ve una cafetería en la acera de enfrente. Cruza la calle tranquilamente y se sienta en la terraza. Llama al camarero que lo saluda con una retahíla aprendida de memoria.
-          Vaya, es usted argentino.
-          Si señor, de Mendoza.- Contesta el camarero mientras hace como que limpia la mesa con una bayeta descolorida.
-          La ciudad más limpia del mundo.- Añade, mirando fijamente la bayeta.
-          Vaya, ¿conoce usted Argentina?- El chico cesa en su esfuerzo por limpiar la mesa.
-          No, pero mi mujer es de allí, es de Tandil.
-          Qué bueno, es una ciudad preciosa.
-          Si, eso dice ella. Tengo muchas ganas de conocerla. Quizá estas navidades.
-          Espero que lo disfrute. ¿Qué le sirvo?
-          Ponme un café solo, gracias.
-          Ahora mismo.
Saca el teléfono. No hay llamadas. Marca un número y espera respuesta. Está apagado y vuelve a dejar un mensaje: “¡Cariño! Supongo que no encontrarás el cargador, como siempre. Bueno, no importa. ¡Ya tengo las llaves del piso! Y lo mejor de todo es que podemos mudarnos hoy mismo. ¿No es fantástico? Voy a pasar por tu casa y dejaré las llaves en el buzón. Nos veremos allí para cenar, ¿de acuerdo? Dale un beso a Carlitos. Te quiero, preciosa.” Se bebe el café sin prisa, sin parar de sonreír.







Cuando, sobresaltada, se despierta, lo primero que hace es mirar el teléfono. Son las cinco de la mañana. No ha llamado nadie. Nadie le ha escrito ningún mensaje. En el buzón de voz, un mensaje antiguo, de hace quince días. Lo vuelve a escuchar: “Cariño, lo siento, pero tengo que irme con Marta. El crucero ya estaba pagado y me parece horrible dejarla antes. Pasaré estos días con ella, pero a la vuelta, la dejaré y seré tuyo. Empezaremos a vivir nuestra vida libremente, por fin, los tres.” Se gira en la cama, cierra los ojos durante unos minutos pero los vuelve a abrir. Se destapa de un manotazo brusco y salta de la cama. Va al armario, lo abre y se para frente a él, mirando todas las baldas, las perchas…como si se enfrentara a la montaña más alta del mundo. Enciende la radio y se pone a vaciarlo. Cuando está todo sobre la cama, empieza a hacer montones separando pantalones, de faldas largas, cortas, camisas. La lentitud con la que hace cada montón contrasta con la furia usada minutos antes para vaciar el armario. Una vez que ha terminado, saca de debajo de la cama cuatro maletas que llena cuidadosamente, rellenando cada hueco con precisión. Han pasado dos horas.

Se viste y sale de la habitación. Va a la cocina, enciende la cafetera eléctrica y se sienta en  la encimera. Tiene el teléfono apagado en la mano. Lo enciende. Un mensaje de voz: “Cariño, ya lo he hecho. He dejado a Marta. Estoy en el coche y voy a la inmobiliaria. Antes pasaré por la oficina para dejar algunas cosas terminadas. Por fin lo he hecho. Ahora empezaremos a vivir. Los tres. He visto todas las llamadas. Lo siento pero como te dije, Marta no me dejó llevarme el teléfono al crucero. Llegamos anoche tan tarde que caímos rendidos. Nos vemos luego. Te quiero.” Vuelve a apagar el teléfono. Desde la encimera se sirve el café, solo sin azúcar. Lo bebe lentamente, cerrando los ojos a cada sorbo. Cuando termina, salta de la encimera, coge una manzana del frutero y vuelve a su habitación canturreando una canción.

“Adiós para siempre, decía su carta, tal vez, algún día, sabrás comprender. Quizá te  atormenten mis cuatro palabras escritas con llanto en este papel.”

“¡Cariño! Supongo que no encontrarás el cargador, como siempre. Bueno, no importa. ¡Ya tengo las llaves del piso! Y lo mejor de todo es que podemos mudarnos hoy mismo. ¿No es fantástico? Voy a pasar por tu casa y si no estás, dejaré las llaves en el buzón. Nos veremos allí para cenar, ¿de acuerdo? Dale un beso a Carlitos. Te quiero, preciosa.” Hace tres horas que Carlos dejó ese mensaje. Ahora son casi la una y ya ha terminado todo. La casa está completamente recogida, las maletas hechas, la llave del gas cerrada, igual que la del agua. La nevera está limpia y vacía. Ningún rastro personal ha quedado atrás. Todo está perfectamente metido en sus maletas. Sus cosas, las del niño. Todo. Antes de salir, revisa una a una todas las habitaciones. Deja a Carlitos gateando por el salón. Nada en el baño. Nada en el vestidor. Nada en la habitación del niño. Nada en la suya. Sale pero antes de llegar a la escalera se para bruscamente y se da la vuelta. Se dirige al tercer cajón de la cómoda y de allí saca una foto. Sin mirarla la rompe en pedazos que mete en el bolsillo derecho de su pantalón vaquero.  Baja las escaleras cantando: “a cuestas llevando voy mi dolor y el recuerdo del pasado se ha metido despiadado dentro de mi corazón”. Sube al niño en su cochecito y va sacando una a una las maletas al porche. Efectivamente, hay unas llaves en el buzón. Las mira detenidamente y las mete con los pedazos de foto. Llama a un taxi. Enciende un cigarrillo y se sienta en el columpio del porche, mirando la carretera.

- Avenida de Manuel García Lago, por favor.
- Vamos marchando. – El taxista baja el volumen de la radio.- Veo que lleva muchas maletas, ¿se va de vacaciones?
Carlitos se ha quedado dormido y está tranquilamente soñando en sus brazos.
-Si, son una especie de vacaciones.- Contesta mientras mira por la ventanilla.- Es un descanso mental, ¿sabe?- Sigue mirando por la ventanilla.- ¿Sabe cuando ya no podés más, cuando sentís que la cabeza te va a explotar de un momento a otro si no le das un respiro?
- Si, maja, claro que lo sé. A mi me entra una cosa, aquí, en la sién,- se aprieta la frente con la mano derecha-  que tengo que gritar porque si no, me ahogo.
-Sí, algo así. Pues eso – Gira la cabeza y cruza su mirada con la del taxista en el retrovisor.- Yo le voy a dar unas vacaciones a mi mente, a mi cabeza. Vuelvo a Argentina.
- Ya decía yo que su acento no era de por aquí, ja, ja.- A mi me gusta mucho el tango. – Esta vez ha girado la cabeza hacia el asiento de atrás para hablar con ella.
-Ah si, ¿cuál es su favorito?
- No recuerdo el título ahora…- se rasca la cabeza con la mano derecha.- Ah sí, “Adiós para siempre”.  Es aquí, señorita.
-Vaya, que poco hemos tardado. Mire, ¿le importa esperarme aquí solo un minuto?  Solo tengo que entrar a dejar una cosa y ya.
- No se preocupe, señorita, la espero lo que haga falta. – Para el motor y sale del coche para fumar un cigarro.
-¿Le importa si dejo al niño dentro? Es que se ha dormido.
-No se preocupe, déjelo ahí. Además, hace fresco, aquí, al lado del mar. Cierre la puerta que yo lo vigilo desde aquí.
-Muchas gracias. –Le dedica una amplia sonrisa. Sube lentamente los escalones de la entrada al portal. Llama al 2ºC. Nadie responde. Suspira y abre la puerta. Se dirige al ascensor. Le tiemblan las piernas y la respiración es acelerada. Una voz mecánica le avisa de que ya ha llegado a su destino. Se abren las puertas y sale. Gira a la derecha. Ahí está la puerta C. Suspira y contempla como le tiemblan las manos. Mete la llave en la cerradura y la gira. Ya está dentro. Pasea lentamente por el pasillo que lleva al salón. No hay nadie. De ahí pasa a la cocina, los dos baños, las dos habitaciones, la inmensa terraza desde la que se ve la playa del Sardinero. Se apoya en la barandilla y se queda allí, quieta, observando el mar. Cuando la primera lágrima tropieza con su mano, se recompone y se dirige a la mesa de la cocina. Saca los pedazos de foto del bolsillo y los deja sobre la mesa.  Antes de salir  repara en una de esas pizarras imantadas colgada en la nevera. Es de diseño, como todo lo que hay en el piso. Coge el rotulador y sin pensárselo, escribe: “Espero que hayas disfrutado del crucero, porque te ha costado más caro de lo que pensabas.” 

- Vaya, no ha tardado usted nada, señorita. – Ve como Carolina se va limpiando las lágrimas de la cara y se sonroja.
El taxista tiene en brazos a Carlitos, que se ha despertado y juguetea con su gorra.
- Gracias por esperarme. ¿Le ha dado guerra el niño?- Carlitos echa los brazos hacia su madre, sonriente.
-          Es un niño muy simpático. ¡Tiene unos ojos!
Carolina coge al niño y, mirándolo fijamente dice: -Si, son los de su padre. Y ahora nos vamos al aeropuerto. ¿Cómo era ese tango que le gustaba? Ah, si, Adiós para siempre, decía su carta…Cante conmigo, por favor, tal vez algún día sabrás comprender.

Se alejan en el taxi, cantando, mientras Carlitos da palmas de acompañamiento.
-          Quizá te atormenten mis cuatro palabras escritas con llanto, en este papel.
Mientras cantan, ve alejarse la casa por el retrovisor y Carolina empieza a llorar.
-          Le pasa algo señorita,- el taxista interrumpe el canto,
-          Nada, nada, sigamos cantando. Es que tengo muchas ganas de volver a mi casa.
-          No se por qué causa, se fue de mi lado, no sé si es un sueño, o si es realidad. parece mentira que a veces la vida se ensañe con uno con tal crueldad…

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