El penúltimo tango
Se levanta temprano,
no son ni las siete. Se viste con prisa. Su mujer ni se inmuta a pesar de que
enciende la luz y rebusca frenéticamente por los cajones hasta encontrar un
sobre que mete en el bolsillo interior de la americana gris. Sale de la
habitación sin mirar atrás y se dirige a la cocina. Descuelga la pizarra y el
rotulador magnéticos de la nevera. Pone la cafetera y se sienta en la mesa
blanca de mármol. Escribe algo. Lo borra. Se golpea repetidas veces la cabeza
con el rotulador. Vuelve a escribir.
Aparta un poco la pizarra, para poder leer bien lo que ha escrito.
Sonríe. La cafetera suena. Se levanta, se sirve un café en una taza roja y azul
y cuelga la pizarra junto con el rotulador en la nevera. Se toma el café
rápidamente y sale de la cocina.
Saca del mueble
empotrado del pasillo dos maletas grandes y una mochila. Antes de salir, deja
sus llaves en el vaciabolsillos de la entrada, coge las del coche, el móvil y
sin echar la vista atrás cierra la puerta.
Ya en el coche,
enciende un cigarrillo y saca el móvil. Hay 16 llamadas perdidas de Carolina.
La llama por teléfono pero está apagado, así que le deja un mensaje de voz:
“Cariño, ya lo he hecho. He dejado a Marta.
Estoy en el coche y voy a la inmobiliaria. Antes pasaré por la oficina para
dejar algunas cosas terminadas. Por fin lo he hecho. Ahora empezaremos a vivir.
Los tres. He visto todas las llamadas. Lo siento pero como te dije, Marta no me
dejó llevarme el teléfono al crucero. Llegamos anoche tan tarde que caímos
rendidos. Nos vemos luego. Te quiero.”
Una amplia sonrisa
aparece en su cara cuando, desde el retrovisor, ve alejarse su casa. Son las
siete y media de la mañana.
-
Son
1900 euros, incluyendo la comunidad. La luz y el agua no están incluidas. Son
207m2 de lujo, ya lo ve.- El agente inmobiliario hace gestos señalando como una
azafata de avión.- Dos habitaciones, dos baños, plaza de garaje, piscina
comunitaria solo para estos 5 pisos, junto al mar que como ve…
-
¿Y
la calefacción?- Lo interrumpe.
-
Eh,
bueno, si, si, tiene calefacción central, que se paga con la comunidad, por eso
la comunidad sube un poco más.
-
Ajá.-
Pasa la mano por el sofá. Es muy grande, blanco, de piel.
-
Puede
sentarse en el sofá si quiere. ¿Quiere ver las habitaciones?- Extiende el brazo
como queriendo darle paso.
-
No,
no. Ya conozco el piso y es perfecto. Es la segunda vez que vengo a verlo, vine
con mi…con mi mujer, a lo mejor no se acuerda. Fue ya hace unos meses. Se llama
Carolina.
-
¡Ah,
si! es verdad, disculpe. – Sube con su dedo anular las gafas que han ido
resbalándose por su afilada nariz. - Su mujer era, y es, claro una señora muy
guapa.
-
Si.
El día que vinimos yo casi no intervine. Estaba un poco…distraído con problemas
en el trabajo. Fue ella la que hizo todas las preguntas.
-
Si,
si, ahora recuerdo. Una señora muy educada, además. Es extranjera, ¿no?
-
Si,
es Argentina.- Mira el reloj y cuando vuelve a subir la mirada ve que las gafas
del tipo están resbalándose de nuevo, lentamente, por su horrible nariz.
-
Si,
si. La recuerdo perfectamente. Disculpe, es que últimamente enseñamos muchos
pisos. Hacemos poco negocio, pero enseñar…si que enseñamos.¿Cómo olvidar ese
acento? ¡Y esos preciosos ojos azules!- Se quita las gafas que ya rozaban el
abismo y limpia los cristales con la corbata roja corporativa.
-
Si,
si, es muy guapa. Pero no se preocupe, no pasa nada. Es que nos ha costado un
poco decidirnos. Hemos tenido algunos problemillas y bueno, después de mucho
jaleo, al final vamos a mudarnos, cuanto antes, eso sí.
-
Bueno,
el dueño está dispuesto a hacer los cambios que necesite. Como le dije, le ofrece la oportunidad de rebajar un poco el precio o de amueblar mejor algunas
habitaciones antes de que se muden.- Abre su cuaderno en un ademán de apuntar
una larga lista de reformas.
-
No,
verá, es que quiero mudarme hoy. Hoy mismo.– Mira el móvil. No ha llamado
nadie.
-
¿Hoy?–
Hace el gesto de subirse las gafas que, esta vez, no se habían movido de su
sitio.
-
Si,
si. Es que acabo de dejar mi antigua casa y bueno, estoy, literalmente, en la calle.-
Risa forzada.- Además, mi...mi mujer y yo tenemos muchas ganas de empezar a
vivir en este barrio.
-
Bueno,
este, a ver, es que pensaba que espirarían al menos un mes más, por el jaleo de
la mudanza y todo.
-
No,
no.- Contesta atropelladamente.- No, si es posible.- Se calma.- El niño ya está
en el colegio de este distrito y, la verdad, a su madre le resulta un poco
engorroso traerlo todas las mañanas desde el antiguo barrio, ¿comprende? Es que
estamos los dos trabajando y justo esta semana hemos podido cogernos unos días
libres para organizar la casa, pero nos gustaría hacerlo ya estando instalados.
De momento, vamos ligeros de equipaje.
-
Si,
si, entiendo. ¡Qué será eso que llaman conciliación familiar! ¿verdad? Yo
también tengo un hijo, bueno, una hija. Cumple cuatro en diciembre.
-
El mío se llama Carlos, en agosto cumple dos
años.
-
Ah,
qué pequeño.
-
Los
niños son una alegría.
-
Si.
-
Si.
Se hace un silencio
abismal que permite escuchar la sirena de una ambulancia lejana.
-
Así
que ahora cogerán unos días, muy bien. Aunque, por su bronceado diría que acaba
usted de llegar del caribe, es envidiable.
-
Si
bueno, es que justamente ayer llegamos de un crucero mi...mi mujer y yo. En
fin, si no le importa, tengo un poco de prisa.
Suena el teléfono.
-
Disculpe,
puede ser importante. – Se aparta un poco.
-
No
se preocupe, está en su casa.- contesta el agente con un tono ridículo.
-
Ya.
–Sonríe. Mira el teléfono pero no lo descuelga. Lo pone en silencio y lo vuelve
a meter en el bolsillo. – Nada importante. ¿Podemos seguir?
-
Si,
si. Volviendo al bronceado, disculpe la indiscreción. Es que es que no he
podido evitar fijarme en que tiene usted un color de piel precioso. Es raro por
el norte ver un color así, y menos en esta época del año.-Le golpea el hombro.
-
Si,
no pasa nada. – Se rasca la barba mientras da un paso atrás.
-
Bueno,
¿tiene usted alguna pregunta más?
-
No,
no, todo está claro y, la verdad, como le digo, me gustaría acelerar el papeleo
lo más posible…
-
De
acuerdo. Si me acompaña usted a la oficina, que está justo aquí al lado, podremos
firmar el contrato. El dueño se pondrá muy contento. Como sabe, tendrá usted
que dar seis meses por adelantado, la nómina y…
-
Si,
si.- Lo interrumpe. – Estoy al tanto de todo.
Cuando sale de la
oficina son las 9. Lo hace con un cigarrillo sin encender en la boca, un sobre grande debajo del brazo derecho y dos
llaves en la mano izquierda. Sonríe abiertamente. Enciende el cigarrillo y da
una calada honda, profunda mientras cierra los ojos. Mira a su alrededor y ve
una cafetería en la acera de enfrente. Cruza la calle tranquilamente y se
sienta en la terraza. Llama al camarero que lo saluda con una retahíla
aprendida de memoria.
-
Vaya,
es usted argentino.
-
Si
señor, de Mendoza.- Contesta el camarero mientras hace como que limpia la mesa
con una bayeta descolorida.
-
La
ciudad más limpia del mundo.- Añade, mirando fijamente la bayeta.
-
Vaya,
¿conoce usted Argentina?- El chico cesa en su esfuerzo por limpiar la mesa.
-
No,
pero mi mujer es de allí, es de Tandil.
-
Qué
bueno, es una ciudad preciosa.
-
Si,
eso dice ella. Tengo muchas ganas de conocerla. Quizá estas navidades.
-
Espero
que lo disfrute. ¿Qué le sirvo?
-
Ponme
un café solo, gracias.
-
Ahora
mismo.
Saca el teléfono. No
hay llamadas. Marca un número y espera respuesta. Está apagado y vuelve a dejar
un mensaje: “¡Cariño! Supongo que no encontrarás el cargador, como siempre.
Bueno, no importa. ¡Ya tengo las llaves del piso! Y lo mejor de todo es que
podemos mudarnos hoy mismo. ¿No es fantástico? Voy a pasar por tu casa y dejaré
las llaves en el buzón. Nos veremos allí para cenar, ¿de acuerdo? Dale un beso
a Carlitos. Te quiero, preciosa.” Se bebe el café sin prisa, sin parar de sonreír.
Cuando,
sobresaltada, se despierta, lo primero que hace es mirar el teléfono. Son las
cinco de la mañana. No ha llamado nadie. Nadie le ha escrito ningún mensaje. En
el buzón de voz, un mensaje antiguo, de hace quince días. Lo vuelve a escuchar:
“Cariño, lo siento, pero tengo que irme con Marta. El crucero ya estaba pagado
y me parece horrible dejarla antes. Pasaré estos días con ella, pero a la
vuelta, la dejaré y seré tuyo. Empezaremos a vivir nuestra vida libremente, por
fin, los tres.” Se gira en la cama, cierra los ojos durante unos minutos pero
los vuelve a abrir. Se destapa de un manotazo brusco y salta de la cama. Va al
armario, lo abre y se para frente a él, mirando todas las baldas, las
perchas…como si se enfrentara a la montaña más alta del mundo. Enciende la
radio y se pone a vaciarlo. Cuando está todo sobre la cama, empieza a hacer
montones separando pantalones, de faldas largas, cortas, camisas. La lentitud
con la que hace cada montón contrasta con la furia usada minutos antes para
vaciar el armario. Una vez que ha terminado, saca de debajo de la cama cuatro
maletas que llena cuidadosamente, rellenando cada hueco con precisión. Han
pasado dos horas.
Se viste y sale de la
habitación. Va a la cocina, enciende la cafetera eléctrica y se sienta en la encimera. Tiene el teléfono apagado en la
mano. Lo enciende. Un mensaje de voz: “Cariño, ya lo he hecho. He dejado a
Marta. Estoy en el coche y voy a la inmobiliaria. Antes pasaré por la oficina
para dejar algunas cosas terminadas. Por fin lo he hecho. Ahora empezaremos a
vivir. Los tres. He visto todas las llamadas. Lo siento pero como te dije,
Marta no me dejó llevarme el teléfono al crucero. Llegamos anoche tan tarde que
caímos rendidos. Nos vemos luego. Te quiero.” Vuelve a apagar el teléfono.
Desde la encimera se sirve el café, solo sin azúcar. Lo bebe lentamente,
cerrando los ojos a cada sorbo. Cuando termina, salta de la encimera, coge una
manzana del frutero y vuelve a su habitación canturreando una canción.
“Adiós para siempre,
decía su carta, tal vez, algún día, sabrás comprender. Quizá te atormenten mis cuatro palabras escritas con
llanto en este papel.”
“¡Cariño! Supongo que
no encontrarás el cargador, como siempre. Bueno, no importa. ¡Ya tengo las
llaves del piso! Y lo mejor de todo es que podemos mudarnos hoy mismo. ¿No es
fantástico? Voy a pasar por tu casa y si no estás, dejaré las llaves en el buzón.
Nos veremos allí para cenar, ¿de acuerdo? Dale un beso a Carlitos. Te quiero,
preciosa.” Hace tres horas que Carlos dejó ese mensaje. Ahora son casi la una y
ya ha terminado todo. La casa está completamente recogida, las maletas hechas,
la llave del gas cerrada, igual que la del agua. La nevera está limpia y vacía.
Ningún rastro personal ha quedado atrás. Todo está perfectamente metido en sus
maletas. Sus cosas, las del niño. Todo. Antes de salir, revisa una a una todas
las habitaciones. Deja a Carlitos gateando por el salón. Nada en el baño. Nada
en el vestidor. Nada en la habitación del niño. Nada en la suya. Sale pero
antes de llegar a la escalera se para bruscamente y se da la vuelta. Se dirige
al tercer cajón de la cómoda y de allí saca una foto. Sin mirarla la rompe en
pedazos que mete en el bolsillo derecho de su pantalón vaquero. Baja las escaleras cantando: “a cuestas
llevando voy mi dolor y el recuerdo del pasado se ha metido despiadado dentro
de mi corazón”. Sube al niño en su cochecito y va sacando una a una las maletas
al porche. Efectivamente, hay unas llaves en el buzón. Las mira detenidamente y
las mete con los pedazos de foto. Llama a un taxi. Enciende un cigarrillo y se
sienta en el columpio del porche, mirando la carretera.
- Avenida de Manuel García Lago, por
favor.
- Vamos marchando. –
El taxista baja el volumen de la radio.- Veo que lleva muchas maletas, ¿se va
de vacaciones?
Carlitos se ha
quedado dormido y está tranquilamente soñando en sus brazos.
-Si, son una especie
de vacaciones.- Contesta mientras mira por la ventanilla.- Es un descanso
mental, ¿sabe?- Sigue mirando por la ventanilla.- ¿Sabe cuando ya no podés más,
cuando sentís que la cabeza te va a explotar de un momento a otro si no le das
un respiro?
- Si, maja, claro que
lo sé. A mi me entra una cosa, aquí, en la sién,- se aprieta la frente con la
mano derecha- que tengo que gritar
porque si no, me ahogo.
-Sí, algo así. Pues
eso – Gira la cabeza y cruza su mirada con la del taxista en el retrovisor.- Yo
le voy a dar unas vacaciones a mi mente, a mi cabeza. Vuelvo a Argentina.
- Ya decía yo que su
acento no era de por aquí, ja, ja.- A mi me gusta mucho el tango. – Esta vez ha
girado la cabeza hacia el asiento de atrás para hablar con ella.
-Ah si, ¿cuál es su
favorito?
- No recuerdo el
título ahora…- se rasca la cabeza con la mano derecha.- Ah sí, “Adiós para
siempre”. Es aquí, señorita.
-Vaya, que poco hemos
tardado. Mire, ¿le importa esperarme aquí solo un minuto? Solo tengo que entrar a dejar una cosa y ya.
- No se preocupe,
señorita, la espero lo que haga falta. – Para el motor y sale del coche para
fumar un cigarro.
-¿Le importa si dejo
al niño dentro? Es que se ha dormido.
-No se preocupe, déjelo
ahí. Además, hace fresco, aquí, al lado del mar. Cierre la puerta que yo lo
vigilo desde aquí.
-Muchas gracias. –Le
dedica una amplia sonrisa. Sube lentamente los escalones de la entrada al
portal. Llama al 2ºC .
Nadie responde. Suspira y abre la puerta. Se dirige al ascensor. Le tiemblan
las piernas y la respiración es acelerada. Una voz mecánica le avisa de que ya
ha llegado a su destino. Se abren las puertas y sale. Gira a la derecha. Ahí
está la puerta C. Suspira y contempla como le tiemblan las manos. Mete la llave
en la cerradura y la gira. Ya está dentro. Pasea lentamente por el pasillo que
lleva al salón. No hay nadie. De ahí pasa a la cocina, los dos baños, las dos
habitaciones, la inmensa terraza desde la que se ve la playa del Sardinero. Se
apoya en la barandilla y se queda allí, quieta, observando el mar. Cuando la
primera lágrima tropieza con su mano, se recompone y se dirige a la mesa de la
cocina. Saca los pedazos de foto del bolsillo y los deja sobre la mesa. Antes de salir
repara en una de esas pizarras imantadas colgada en la nevera. Es de
diseño, como todo lo que hay en el piso. Coge el rotulador y sin pensárselo,
escribe: “Espero que hayas disfrutado del crucero, porque te ha costado más
caro de lo que pensabas.”
- Vaya, no ha tardado
usted nada, señorita. – Ve como Carolina se va limpiando las lágrimas de la
cara y se sonroja.
El taxista tiene en
brazos a Carlitos, que se ha despertado y juguetea con su gorra.
- Gracias por
esperarme. ¿Le ha dado guerra el niño?- Carlitos echa los brazos hacia su
madre, sonriente.
-
Es
un niño muy simpático. ¡Tiene unos ojos!
Carolina coge al niño
y, mirándolo fijamente dice: -Si, son los de su padre. Y ahora nos vamos al
aeropuerto. ¿Cómo era ese tango que le gustaba? Ah, si, Adiós para siempre,
decía su carta…Cante conmigo, por favor, tal vez algún día sabrás comprender.
Se alejan en el taxi,
cantando, mientras Carlitos da palmas de acompañamiento.
-
Quizá
te atormenten mis cuatro palabras escritas con llanto, en este papel.
Mientras cantan, ve
alejarse la casa por el retrovisor y Carolina empieza a llorar.
-
Le
pasa algo señorita,- el taxista interrumpe el canto,
-
Nada,
nada, sigamos cantando. Es que tengo muchas ganas de volver a mi casa.
-
No
se por qué causa, se fue de mi lado, no sé si es un sueño, o si es realidad.
parece mentira que a veces la vida se ensañe con uno con tal crueldad…
No hay comentarios:
Publicar un comentario